LADY MACBETH
LADY MACBETH: Está
ronco el cuervo que anuncia con graznidos la fatal llegada de Duncan a mi
castillo. ¡Espíritus, venid! iVenid a mí, puesto que presidís los pensamientos
de una muerte! Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la
cabeza, con la más
espantosa crueldad! ¡Que se dense mi sangre que se bloqueen todas las puertas
al remordimiento!
¡Que no vengan a mí contritos sentimientos naturales a perturbar mi propósito
cruel, o a poner
tregua a su realizacion! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi
leche en hiel, espíritus de muerte que por doquier estáis -esencias invisibles- al
acecho de que Naturaleza
se destruya!¡Ven, noche espesa, ven y ponte el humo lóbrego de los infiernos
para que mi ávido cuchillo no vea sus heridas, ni por el manto de
tinieblas pueda el cielo asomarse
gritando «¡basta, basta!».¡Nunca habrá de ver el sol ese mañana! Tu rostro, mi
señor, es como un libro donde el hombre puede leer extrañas cosas. Para engañar
al mundo, toma del mundo
la apariencia; pon una bienvenida
en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor
pero sé tú la víbora que oculta. Habremos de atender al que ha de venir y
tendrás que dejar que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran
proyecto que dará a nuestros días venideros y a todas
nuestras noches absoluto dominio soberano, y el poder. ¿Cuál fue la bestia que
te hizo proponerme empresa como ésta? Eras un hombre cuando
te atrevías y serías más hombre, mucho más, si fueses aún más de lo que eras. Ni
tiempo ni lugar eran propicios, sin embargo tú querías crearlos .Y
ahora que se presentan ellos mismos, su oportunidad abatido te deja. Mi leche
yo la he dado y sé cuán tierno es amar al ser que se amamanta; pues bien, en ese
instante en que te mira sonriendo, habría arrancado mi
pezón de sus blandas encías y machacado su cabeza si lo hubiese jurado como juraste tú. Cada día, cada recuerdo
se va borrando de mi cuerpo. Cada
día pasas a ser parte del pasado. Deseo
con toda mi alma, que cuando sean las doce, cada uno tenga
lo que se merece. Quiero que te pudras física y emocionalmente.
Quiero que te retuerzas por tus propias heces
internas. Quiero que te sientas torpe. Sacas lo peor
de mí. No tendré nada
que festejar, no tendré ganas de sonreír pero vos tampoco. La culpa nunca te va
a dar paz, ni en épocas de navidad.
Hay procesos kafkianos
(El Caribe en “El proceso” de Kafka), laberintos borgeanos (Imaginando a
Borges), sueños pobres y fellinescos (El Cine Neorrealista Italiano), crímenes
dostoiesvkianos (Fedor Dostoiesvky: el
realismo psicológico ruso).
Para completar, hay
universos cervantinos y shakespeareanos, que no son tan mentados en esta época.
Quizá porque ya pocos leen a Cervantes y a Shakespeare, aunque todos estuvimos
prestos en abril a conmemorar los cuatrocientos años de su muerte, la de ambos,
¡menudos contemporáneos fueron! (Shakespeare y Cervantes: vida, obra y
comparaciones).
Una total casualidad se
sentó frente a mí esta semana con la fuerza de una causalidad –esto lo digo
recordando a Jung y sus coincidencias significativas, como llamó a las
casualidades que, según él, no existen (Futuros contingentes).
Me regalaron un
libro-objeto de gran belleza. Precioso también es su prólogo, escrito por J L
B.
Su autor, fácil de
adivinar por el título de esta nota y mi devaneo de mundos literarios, es
Shakespeare.
¿La coincidencia
“significativa”?
En estos días
sorprendentes para mi patria –dudé entre decir mi patria o mi lugar de
nacimiento o sólo Latinoamérica, o apenas Argentina, porque incluyo al mundo en
este mundo más pequeño-, política, judicial y mediáticamente sorprendentes,
daba vueltas por los dibujos de mi mente una imagen muy especial: la de Lady
Macbeth.
No sabía exactamente
por qué, hasta que la llegada de ese libro y la lectura del prólogo de Borges
me llevaron hacia algo que apenas recordaba: la mención que hace Freud en uno
de sus ensayos –más que mención, unas dos o tres páginas-
del Macbeth, y más que del Macbeth, de su Lady.
Me costó llegar con el
recuerdo hacia su fuente.
En los títulos de las
obras de Freud no está el nombre de Macbeth, ni el de su mujer ni el de
Shakespeare, como sí están el de Leonardo, el de Moisés, el de Dostoievsky: no
me servían los índices sino sólo el esfuerzo de asociar… ¿Títulos casi técnicos
asociados con el horror de semejante historia?
Pero lo conseguí, en mi
avatar de investigadora privada: el ensayo “Varios tipos de carácter
descubiertos en la labor analítica” la contiene, contiene la extensa mención
sobre los Macbeth.
Borges ya me había
anoticiado sobre que Shakespeare era lector frecuente de muy pocos: de
Montaigne, de Plutarco y de Holinshed, y que es de este último, y de la
historia, el argumento de Macbeth.
¿Holinshed?… confieso
mi ignorancia, tal vez muy compartida. Pero Borges me cuenta que es un cronista
inglés.
Holinshed “colaboró con
perseverancia en la redacción de cierta vasta y ambiciosa historia universal,
que se redujo al fin a esas crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, que
llevan hoy su nombre” –Crónicas Holinshed. Sus páginas incluyen un artículo de
la Crónica Anglosajona de 1051.
La escritura de
Holinshed recrea hechos reales que, como recalqué, ocurren en el 1051, y él los
redacta entre 1560 y 1580. Para mejor contarlos, los convierte en leyenda.
Leyenda por algunas apariciones inverosímiles, como los tres primeros
personajes que no pueden dejar de aparecer en la “recreación” de Shakespeare.
Dice Borges: “Según se
sabe, los tres primeros personajes que vemos son las tres brujas en el páramo,
entre los truenos, los relámpagos y la lluvia. (…) Más que el protagonista son
ellas las que rigen la acción. Saludan a Macbeth con el título de Señor de
Cawdor y con otro, que le parece inaccesible, de rey; el inmediato cumplimiento
de la primera de las dos profecías confiere a la segunda un carácter inevitable
y lo conduce, urgido por Lady Macbeth, al asesinato de Duncan”, el por ese
momento rey actual.
De todos modos, Macbeth
está acompañado por Banquo, un general del ejército escocés a quienes las
brujas le profetizan que, si bien Macbeth ocupará el trono, serán sus hijos,
los de Banquo, quienes lo heredarán. Banquo no da importancia a la profecía de
las tres brujas horribles –que para Borges no son ni más ni menos que las
parcas- y explica de este modo sus apariciones: “La tierra tiene burbujas como
las tiene el agua”.
Cómo lo cuenta Freud
En los fragmentos que
voy a citar, Freud, como en tantos lugares de su obra, es a veces más un
narrador que un analista. Excelente ayuda en este caso para mí:
“El Macbeth
sakhespeariano es una obra de circunstancias, escrita con motivo de la
ascensión de Jacobo, rey de Escocia, al trono de Inglaterra. El argumento
estaba dado y había sido ya tratado por otros autores, cuyos trabajos utilizó
probablemente Shakespeare a su manera habitual. Además, ofrecía singulares
alusiones a la situación presente (el destacado es mío). La ‘virginal’
Isabel, de la cual se murmuraba que nunca había podido concebir hijos y que al
recibir la noticia del nacimiento de Jacobo se había calificado a sí misma,
dolorosamente, de ‘tronco seco’, se había visto obligada, por su esterilidad, a
verse suceder por el rey de Escocia, hijo de aquella María Estuardo a la que
Isabel había enviado al cadalso.
“La ascensión de Jacobo
I al trono fue como una prueba de la maldición de la esterilidad y la bendición
de la fecundidad. Y en esta misma antítesis se funda el desarrollo
del Macbeth shakespeariano. Las “hermanas del destino” (las parcas
para Borges) han profetizado que será rey, pero también han profetizado a
Banquo que sus hijos y descendientes ceñirán la corona. Macbeth se rebela
contra esta profecía: no le basta satisfacer su ambición personal: quiere ser
el fundador de una dinastía y no haber cometido un crimen en provecho de otro.
Es, por tanto, erróneo, ver en esta obra tan solo la tragedia de la ambición.
Evidentemente, como Macbeth sabe que no ha de vivir eternamente, sólo hay para
él un medio de debilitar aquella parte de la profecía contra la cual se rebela,
y es tener hijos que puedan sucederlo. Así parece, en efecto, esperarlos de su
vigorosa mujer.
(…)
“E igualmente evidente
es que, una vez defraudado en tal esperanza, tiene que someterse al destino, so
pena de que su actuación pierda todo fin y se transforme en el ciego furor de
un condenado al fracaso que intenta aún aniquilar cuanto encuentra a mano.
Vemos que Macbeth recorre ese camino, y en el culmen de la tragedia hallamos
aquellas conmovedoras palabras de Macbeth, reconocidas ya frecuentemente como
de múltiple sentido:
“(Acto cuarto, escena
III.) No tiene hijos.
(…)
“En la escena del
conjuro las hermanas del destino le hacen ver un niño ensangrentado y coronado;
la cabeza armada de casco que antes aparece es acaso Macbeth mismo.
“Sería plenamente
conforme a una justicia poética basada en el Talión que la carencia de hijos de
Macbeth y la esterilidad de su mujer fueran el castigo de su crimen contra la
santidad de la generación, esto es, que Macbeth no pudiera llegar a ser padre
por haber robado a los hijos el padre y el padre a los hijos, y que, de este
modo, se cumpliese en Lady Macbeth aquella pérdida de feminidad que ella misma
demandó a los espíritus malignos. La enfermedad de Lady Macbeth y la
transformación de su ánimo homicida en remordimiento quedarían, así, explicadas
como reacción a su esterilidad, la cual lleva a su ánimo la convicción de su
impotencia contra las leyes de la naturaleza y le advierte, al propio tiempo,
que su crimen queda despojado, por culpa suya, de la parte mejor de su
rendimiento.”
Un parlamento de Lady
Macbeth que me produjo escalofríos
Entra Lady Macbeth sola,
con una carta.
Lady Macbeth lee:
“Me salieron al paso el
día del triunfo, y he podido comprobar fehacientemente que su ciencia es más
que humana. Cuando ardía en deseos de seguir interrogándolas, se convirtieron
en aire y en él se perdieron. Aún estaba sumido en mi asombro, cuando llegaron
correos del rey y me proclamaron Barón de Cawdor, el título con el que me
habían saludado las Hermanas Fatídicas, que también me señalaron el futuro
diciendo: “¡Salud a ti, que serás rey!”. He juzgado oportuno contártelo,
querida compañera en la grandeza, porque no quedes privada del debido regocijo
ignorando el esplendor que se te anuncia. Guárdalo en secreto y adiós”.
Inmediatamente Lady
Macbeth deja caer toda la leche de su veneno y ambición.
Dice, después de leer
la carta de su esposo:
“Eres Glamis, y
Cawdor, y serás
lo que te
anuncian. Mas temo tu carácter: está muy empapado de leche de bondad para tomar
los atajos. Tú quieres ser grande y no te falta ambición, pero sí la maldad que
debe acompañarla. Quieres la gloria, mas por la virtud; no quieres jugar sucio pero
sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias lo que clama “Eso has de hacer si me
deseas”…
Lady
Macbeth: Hasta el cuervo está ronco de
graznar la fatídica entrada de Duncan bajo
mis almenas. Venid a mí, espíritus que servís a propósitos de muerte, quitadme
la ternura y llenadme de los pies a la
cabeza de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre, tapad toda entrada y
acceso a la piedad…
Venid a mis
pechos de mujery cambiad la leche en hiel, espíritus del crimen… (Entra Macbeth) ¡Gran Glamis, noble Cawdor y después aún más grande por tu proclamación!
Tu carta me ha
elevado por encima de un presente de ignorancia, y ya sientoel futuro en el
instante.
No sé bien a qué, a
quién exactamente, me recuerda Lady Macbeth. Pero podría enviarles una bella
perogrullada: matar de hambre también es matar. Comerse la comida de quienes no
la tienen es comérselos a ellos mismos. ¿O estoy muy Macbeth?
Ella es la codicia y la
ambición, pero en especial es cómo manejar el poder y la culpa.
Un abrazo, y si no
están de acuerdo con mis insinuaciones, díganlo, por favor. Pero si están de
acuerdo, díganlo más fuerte todavía.
MORA TORRES