LOS
PROGRESISTAS
No eran muchos. En verdad que no
eran muchos los intelectuales progresistas. Ellos hacían muchas cosas por
ser intelectuales progresistas, pero
hacían muchas más por parecer y ser advertidos como intelectuales progresistas.
Mucha gente, la mayoría de la
gente los ignoraba y daba poca importancia a la existencia de intelectuales
progresistas, pero ellos, aludiéndose, se obstinaban con filiarse con
metalenguajes y palabras poco usuales y en hacer bochinche con sus
inconfundibles, irrefutables y vehementes puntos de vista.
Pero era en realidad su
apariencia externa la etiqueta que avalaba el privilegio de pertenecer a un
reducido grupo de seres tocados por los dioses; un grupo, una élite que
provocaba las más tenaces ilusiones y frustraciones de los niños y las niñas
bien; las envidias de los pocos sesudos estudiantes de las universidades
privadas y las antipatías de los académicos burgueses atenazados por la
obsolescencia..
Los intelectuales progresistas
por fuera, siempre vestiditos con sus saquitos de lana virgen testimoniando su
militancia antropologista; los irremplazables jeans super usados, símbolo de
progreso y decadencia de los imperios (en este caso el Imperio), boticas de
obrero, símbolo de otro imperio más lejano en la geografía pero muy cercano en
las entretelas; luciendo sus frondosas cabelleras y luengas barbas
“Sierramaestra” y acoplando a sus inquietos ojitos – ya cansaditos de tanto
leer- unos minúsculos anteojitos similares a los del mártir soviético
sacrificado en tierra azteca.
Cualquier sitio era propicio para
las reuniones de los intelectuales progresistas aunque preferían lugares muy
concurridos para poder alzar su poderoso verbo de manera expansiva....pasaban
horas y horas en las vitrinas de las Alianzas o los Colombos...disertando sobre
“el análisis específico de la propedéutica machadiana” o los “exordios a la
obra de Fulanito de tal”, que casi siempre habían acabado de leer después de
una infatigable búsqueda por los ficheros desordenados de una biblioteca
pública (Todos los intelectuales van a la Biblioteca pública. La Biblioteca
pública garantiza la exhibición de los atributos de los intelectuales
progresistas.)
Muchas veces, con la angustia de
no comprender o de disentir con lo absoluto.....de no haber finiquitado la exposición
de su propuesta argumentativa; ellos, con el corazón en la mano y una libretita
de apuntes en la otra se iban a visitar una galería de arte o bien, iban a ver
“una obrita de teatro”, o en le mejor de los casos, iban a visitar
librerías....Claro, a veces después de una letrada maratón que podía durar
días, se encerraban en sus apartamentos a escuchar música en frecuencia
modulada o a poner en su desvencijado tocadiscos (sustraído de las pertenencias
de una tía ricachona) los tres disquitos de “música culta” que habían
sobrevivido al embate de los trasteos frecuentes. Eso, para no desacostumbrar
el oído y darle un toque sublime a un ambiente ávido de chucu chucu y de rancheras.
Así les cogía el sueño y los
sorprendía el alba.
¡Pobrecitos!
No todo para ellos era color de
rosa. Ellos sufrían ¿Vaya que sufrían! ¡Y de qué manera!
Era patético verlos retorcerse
cuando no podían recordar “la cita textual de tal o cual”; sufrían cuando
alguno de la manada demostraba hacer avances en “el poder de la palabra”;
sufrían cuando una de sus posturas filosóficas era recibida con el más cruel
escepticismo; sufrían por ser ignorados por los otros intelectuales. Los
oficiales a los que por lo bajo denominaban decrépitos y acabados; pero el
escenario más conmovedor de su sufrimiento...eran las librerías...
Llegaban con su indomable
sabiduría a recrear sus ojitos con los títulos y las novedades bibliográficas
exhibidas en los estantes. Al encontrar un libro de particular interés, lo
sacaban, preguntaban el precio, fingían indiferencia mientras calculaban cuánto
traían en los bolsillos; exclamaban cualquier cosa – muy usual era la expresión
¡qué barraquera!- releían el índice y al final lo volvían a poner en el estante
y con una miradita entre triste y tierna, acompañada de una voz apagada dejaban
caer el infaltable: - ¡Cómo está de cara la cultura en este país, mierda!
¡Cierto! Pero más cierto aun que
en el capitalismo......¿Què?
Inútil discutir....Pese a todo un
intelectual progresista se empecinaba en perpetuar su calvario.
Un intelectual progresista se
distingue porque mira los libros desde todos los ángulos posibles....y seguro
estoy que no escatimaban una oportunidad concedida por el dependiente para
hacerse a un libro aunque no fuera el de sus sueños.
El robo de los libros para los
intelectuales progresistas era considerado como una alternativa heroica. Sin ir
más lejos...semeja al “Rescate de las Sabinas”
Sus vidas transcurrieron así:
entre libros, anaqueles, pinturas, postales de poderoso valor sentimental;
dedicatorias llenas de esperanza y secretas frustraciones. En muchas ocasiones,
los intelectuales progresistas queriendo poner en jaque al pensamiento oficial,
suscitaron la furia y la desconfianza de los vendedores de libros; la
desesperación de porteros y funcionarios de las Bibliotecas; el reproche de
algún usuario que los sorprendía arrancando láminas de los libros....y sobre
todo...el hastío de todos a los que la vida puso como sus interlocutores.
Ahora que ha pasado el tiempo,
están todos viejitos; algunos pertenecen por fin al pensamiento oficial;
soñando y evocando luego....siempre metiditos en sus saquitos de lana que aún
es virgen; sus anteojitos asegurados con alambre; luciendo barbas níveas o
entrecanas, pero eso si, luengas....soñando y evocando luego “ese” intento
fallido de cambiar el orden de las cosas.
Mi sobrino preferido, pretencioso
jayancito de dieciocho años, me decía hace unos pocos días: “Fercho,
verdaderamente estoy impresionado por lo que me has referido de esos señores.
Me he puesto a analizar con minuciosidad, desde las perspectivas metodológicas
de Lonergan, los pormenores del asunto aludido y he llegado a la feliz
conclusión de que el fracaso experimentado por esos patéticos caballeros se
puede resumir en una sola sentencia, categórica por demás:...sentencia que a la
sazón es hoy un axioma...¿Cómo iban a cambiar el mundo si no fueron capaces de
cambiar ellos mismos? Como puede verse querido señor, la posibilidad de la
mutación se debe a una serie de eventos propicios y se me antoja truncada por
la inconsistencia de los argumentos que....”
Creo que mi sobrino tiene razón
Claro está, me preocupa mucho el
que ahora se pone con mucha frecuencia el saquito de lana virgen que me ponía
todos los días de mis años mozos para salir a los cines, las bibliotecas, las
exposiciones y las conferencias
Además me ha insistido en que le regale mis
anteojos de aro redondo.
A mi sobrino aún no le sale la
barba.
(Bogotá, 1978)
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