sábado, 17 de septiembre de 2022

 


LOS PROGRESISTAS

 

No eran muchos. En verdad que no eran muchos los intelectuales progresistas. Ellos hacían muchas cosas por ser  intelectuales progresistas, pero hacían muchas más por parecer y ser advertidos como intelectuales progresistas.

Mucha gente, la mayoría de la gente los ignoraba y daba poca importancia a la existencia de intelectuales progresistas, pero ellos, aludiéndose, se obstinaban con filiarse con metalenguajes y palabras poco usuales y en hacer bochinche con sus inconfundibles, irrefutables y vehementes puntos de vista.

Pero era en realidad su apariencia externa la etiqueta que avalaba el privilegio de pertenecer a un reducido grupo de seres tocados por los dioses; un grupo, una élite que provocaba las más tenaces ilusiones y frustraciones de los niños y las niñas bien; las envidias de los pocos sesudos estudiantes de las universidades privadas y las antipatías de los académicos burgueses atenazados por la obsolescencia..

Los intelectuales progresistas por fuera, siempre vestiditos con sus saquitos de lana virgen testimoniando su militancia antropologista; los irremplazables jeans super usados, símbolo de progreso y decadencia de los imperios (en este caso el Imperio), boticas de obrero, símbolo de otro imperio más lejano en la geografía pero muy cercano en las entretelas; luciendo sus frondosas cabelleras y luengas barbas “Sierramaestra” y acoplando a sus inquietos ojitos – ya cansaditos de tanto leer- unos minúsculos anteojitos similares a los del mártir soviético sacrificado en tierra azteca.

Cualquier sitio era propicio para las reuniones de los intelectuales progresistas aunque preferían lugares muy concurridos para poder alzar su poderoso verbo de manera expansiva....pasaban horas y horas en las vitrinas de las Alianzas o los Colombos...disertando sobre “el análisis específico de la propedéutica machadiana” o los “exordios a la obra de Fulanito de tal”, que casi siempre habían acabado de leer después de una infatigable búsqueda por los ficheros desordenados de una biblioteca pública (Todos los intelectuales van a la Biblioteca pública. La Biblioteca pública garantiza la exhibición de los atributos de los intelectuales progresistas.)

Muchas veces, con la angustia de no comprender o de disentir con lo absoluto.....de no haber finiquitado la exposición de su propuesta argumentativa; ellos, con el corazón en la mano y una libretita de apuntes en la otra se iban a visitar una galería de arte o bien, iban a ver “una obrita de teatro”, o en le mejor de los casos, iban a visitar librerías....Claro, a veces después de una letrada maratón que podía durar días, se encerraban en sus apartamentos a escuchar música en frecuencia modulada o a poner en su desvencijado tocadiscos (sustraído de las pertenencias de una tía ricachona) los tres disquitos de “música culta” que habían sobrevivido al embate de los trasteos frecuentes. Eso, para no desacostumbrar el oído y darle un toque sublime a un ambiente ávido de chucu chucu y de rancheras.

Así les cogía el sueño y los sorprendía el alba.

¡Pobrecitos!

No todo para ellos era color de rosa. Ellos sufrían ¿Vaya que sufrían! ¡Y de qué manera!

Era patético verlos retorcerse cuando no podían recordar “la cita textual de tal o cual”; sufrían cuando alguno de la manada demostraba hacer avances en “el poder de la palabra”; sufrían cuando una de sus posturas filosóficas era recibida con el más cruel escepticismo; sufrían por ser ignorados por los otros intelectuales. Los oficiales a los que por lo bajo denominaban decrépitos y acabados; pero el escenario más conmovedor de su sufrimiento...eran las librerías...

Llegaban con su indomable sabiduría a recrear sus ojitos con los títulos y las novedades bibliográficas exhibidas en los estantes. Al encontrar un libro de particular interés, lo sacaban, preguntaban el precio, fingían indiferencia mientras calculaban cuánto traían en los bolsillos; exclamaban cualquier cosa – muy usual era la expresión ¡qué barraquera!- releían el índice y al final lo volvían a poner en el estante y con una miradita entre triste y tierna, acompañada de una voz apagada dejaban caer el infaltable: - ¡Cómo está de cara la cultura en este país, mierda!

¡Cierto! Pero más cierto aun que en el capitalismo......¿Què?

Inútil discutir....Pese a todo un intelectual progresista se empecinaba en perpetuar su calvario.

Un intelectual progresista se distingue porque mira los libros desde todos los ángulos posibles....y seguro estoy que no escatimaban una oportunidad concedida por el dependiente para hacerse a un libro aunque no fuera el de sus sueños.

El robo de los libros para los intelectuales progresistas era considerado como una alternativa heroica. Sin ir más lejos...semeja al “Rescate de las Sabinas”

Sus vidas transcurrieron así: entre libros, anaqueles, pinturas, postales de poderoso valor sentimental; dedicatorias llenas de esperanza y secretas frustraciones. En muchas ocasiones, los intelectuales progresistas queriendo poner en jaque al pensamiento oficial, suscitaron la furia y la desconfianza de los vendedores de libros; la desesperación de porteros y funcionarios de las Bibliotecas; el reproche de algún usuario que los sorprendía arrancando láminas de los libros....y sobre todo...el hastío de todos a los que la vida puso como sus interlocutores.

Ahora que ha pasado el tiempo, están todos viejitos; algunos pertenecen por fin al pensamiento oficial; soñando y evocando luego....siempre metiditos en sus saquitos de lana que aún es virgen; sus anteojitos asegurados con alambre; luciendo barbas níveas o entrecanas, pero eso si, luengas....soñando y evocando luego “ese” intento fallido de cambiar el orden de las cosas.

 

Mi sobrino preferido, pretencioso jayancito de dieciocho años, me decía hace unos pocos días: “Fercho, verdaderamente estoy impresionado por lo que me has referido de esos señores. Me he puesto a analizar con minuciosidad, desde las perspectivas metodológicas de Lonergan, los pormenores del asunto aludido y he llegado a la feliz conclusión de que el fracaso experimentado por esos patéticos caballeros se puede resumir en una sola sentencia, categórica por demás:...sentencia que a la sazón es hoy un axioma...¿Cómo iban a cambiar el mundo si no fueron capaces de cambiar ellos mismos? Como puede verse querido señor, la posibilidad de la mutación se debe a una serie de eventos propicios y se me antoja truncada por la inconsistencia de los argumentos que....”

Creo que mi sobrino tiene razón

Claro está, me preocupa mucho el que ahora se pone con mucha frecuencia el saquito de lana virgen que me ponía todos los días de mis años mozos para salir a los cines, las bibliotecas, las exposiciones y las conferencias

 Además me ha insistido en que le regale mis anteojos de aro redondo.

A mi sobrino aún no le sale la barba.

(Bogotá,  1978)

 

 

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