domingo, 13 de octubre de 2024

El loco de Piazzola

 




EL LOCO DE PIAZZOLA

 

Caminaba dando tumbos  por las callecitas bonaerenses que tienen eso “que se yo” hasta cuando, agobiado por el cansancio, me senté a la sombra de un árbol en la esquina de Arenales.

Trataba de cerrar los ojos,  pero no pude acomodarme como suelo hacer cuando estoy exhausto porque  apareció Nerón, el mismísimo nefasto emperador del Imperio Romano vistiendo un llamativo vestido de paño qué olía a nuevo y luciendo una elegante corbata italiana, si mal no recuerdo. En contraste calzaba unas desvencijadas sandalias, por entre las cuales se podían apreciar unos dedos regordetes que terminaban en unas uñas largas y sucias.

En un momento no pude reconocerlo

, puesto que la última vez que lo había visto, vestía a la usanza antigua…como debe ser

Se acercó dándome una fuerte palmada en el hombro y me dijo algo que no pude comprender. Fue entonces cuando pude advertir su inconfundible olor a taberna que exhalaba su aliento y a leche de burra  que despedía su cuerpo.

Le tendí la mano y él asió  afablemente  mi brazo y me ayudo a levantar. Le pregunté por su familia mientras caminábamos a lo largo de la calle y supe que estaba bien. su bella esposa con un poco de achaques por la artritis, en fin, nada grave. Hablamos de sus leones, del circo, de Roma, esa ciudad eterna que tanto amamos y recordamos

Claro, me abstuve de preguntarle por los cristianos porque “ni religión, ni política ni fútbol”, tampoco  mencioné lo del  incendio, temeroso de encender su mal carácter, porque, eso sí, yo le conozco muy bien. Sin embargo, me hizo algo así como un panegírico al cuerpo de bomberos de Roma y me habló mucho del invierno.

Nos detuvimos en un amplio salón de cafetería.. Pedimos hamburguesa a la milanesa y Coca Cola. Pagó con su tarjeta de crédito y me invitó a su apartamento para deleitarme con la lectura de sus últimas poesías y con su magnífica interpretación al piano de los clásicos. Como era una invitación tentadora, accedí. Pronto me encontré en un lujoso penthouse con una magnífica vista a la ciudad. Tocó el piano, leyó sus poemas, bebimos, cantamos, nos hicimos bromas hasta que, ayudado por el licor le pregunté por su actual ocupación pues supuse que debía hacer algo más que componer tan malos poemas y golpear horrendamente el piano.

Me contestó no sin cierto desdén, que era el presidente de la Compañía Polvorera Nacional o National, no sé qué Company  y que trabajaba particularmente divirtiendo a la gente con las novedades pirotécnicas.

Yo reí atrevidamente y repuse, que era el mismo hombre que había conocido. Siempre tan aficionado a la candela. Le aconsejé que tuviera mucho cuidado, pues por culpa de ese negocio en Roma  no le fue muy bien. En ese instante, el hombre empezó a transformarse en mi presencia. Su elegante vestido se convirtió en una toga; del piano saltaron cinco leones; el libro de poemas pasó a ser un foso lleno de áspides; el penthouse se convirtió en el sangriento circo romano. Su afabilidad cambió a ira.

En tal estado de cosas corrí  escaleras abajo hasta ganar la calle. Atravesé la vía Apia también el Jardín de las Vestales y al volver la cabeza vi dos enormes bolas de fuego que se perdían en el horizonte. Cansado y dando tumbos, me recosté contra un árbol. Abrí los ojos al sentir caer algo sobre mi cabeza. Pasé mi mano mientras miraba alejarse burlona a una paloma después de haber dejado en mi testa la huella de una mala digestión.

Recordé que debía seguir corriendo y corrí y corrí, corrí hasta quedar sin aliento otra vez mirando a Buenos Aires “del nido de un gorrión”

Mucha gente conversando, algunos leyendo y cuando fui a seguir mi camino me encontré frente a frente con  Ricardo Corazón de León, y……

“Ya sé  que estoy piantao”

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