EL LOCO DE PIAZZOLA
Caminaba dando tumbos por las callecitas bonaerenses que tienen eso “que
se yo” hasta cuando, agobiado por el cansancio, me senté a la sombra de un árbol
en la esquina de Arenales.
Trataba de cerrar los
ojos, pero no pude acomodarme como suelo
hacer cuando estoy exhausto porque apareció Nerón, el mismísimo nefasto emperador
del Imperio Romano vistiendo un llamativo vestido de paño qué olía a nuevo y
luciendo una elegante corbata italiana, si mal no recuerdo. En contraste
calzaba unas desvencijadas sandalias, por entre las cuales se podían apreciar
unos dedos regordetes que terminaban en unas uñas largas y sucias.
En un momento no pude
reconocerlo
, puesto que la última vez que lo había visto, vestía a la usanza
antigua…como debe ser
Se acercó dándome una
fuerte palmada en el hombro y me dijo algo que no pude comprender. Fue entonces
cuando pude advertir su inconfundible olor a taberna que exhalaba su aliento y
a leche de burra que despedía su cuerpo.
Le tendí la mano y él asió afablemente
mi brazo y me ayudo a levantar. Le pregunté por su familia mientras
caminábamos a lo largo de la calle y supe que estaba bien. su bella esposa con
un poco de achaques por la artritis, en fin, nada grave. Hablamos de sus leones,
del circo, de Roma, esa ciudad eterna que tanto amamos y recordamos
Claro, me abstuve de
preguntarle por los cristianos porque “ni religión, ni política ni fútbol”, tampoco
mencioné lo del incendio, temeroso de encender su mal
carácter, porque, eso sí, yo le conozco muy bien. Sin embargo, me hizo algo así
como un panegírico al cuerpo de bomberos de Roma y me habló mucho del invierno.
Nos detuvimos en un
amplio salón de cafetería.. Pedimos hamburguesa a la milanesa y Coca Cola. Pagó
con su tarjeta de crédito y me invitó a su apartamento para deleitarme con la
lectura de sus últimas poesías y con su magnífica interpretación al piano de
los clásicos. Como era una invitación tentadora, accedí. Pronto me encontré en
un lujoso penthouse con una magnífica vista a la ciudad. Tocó el piano, leyó
sus poemas, bebimos, cantamos, nos hicimos bromas hasta que, ayudado por el
licor le pregunté por su actual ocupación pues supuse que debía hacer algo más
que componer tan malos poemas y golpear horrendamente el piano.
Me contestó no sin cierto
desdén, que era el presidente de la Compañía Polvorera Nacional o National, no
sé qué Company y que trabajaba
particularmente divirtiendo a la gente con las novedades pirotécnicas.
Yo reí atrevidamente y
repuse, que era el mismo hombre que había conocido. Siempre tan aficionado a la
candela. Le aconsejé que tuviera mucho cuidado, pues por culpa de ese negocio
en Roma no le fue muy bien. En ese
instante, el hombre empezó a transformarse en mi presencia. Su elegante vestido
se convirtió en una toga; del piano saltaron cinco leones; el libro de poemas
pasó a ser un foso lleno de áspides; el penthouse se convirtió en el sangriento
circo romano. Su afabilidad cambió a ira.
En tal estado de cosas
corrí escaleras abajo hasta ganar la
calle. Atravesé la vía Apia también el Jardín de las Vestales y al volver la
cabeza vi dos enormes bolas de fuego que se perdían en el horizonte. Cansado y
dando tumbos, me recosté contra un árbol. Abrí los ojos al sentir caer algo
sobre mi cabeza. Pasé mi mano mientras miraba alejarse burlona a una paloma después
de haber dejado en mi testa la huella de una mala digestión.
Recordé que debía seguir
corriendo y corrí y corrí, corrí hasta quedar sin aliento otra vez mirando a
Buenos Aires “del nido de un gorrión”
Mucha gente conversando,
algunos leyendo y cuando fui a seguir mi camino me encontré frente a frente con
Ricardo Corazón de León, y……
“Ya sé que estoy piantao”
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