miércoles, 13 de noviembre de 2024

El Oscar que faltaba........Fernando Arias Alvarez

 


EL OSCAR QUE FALTABA

Para todo el mundo resulta familiar que una vez cada año en la ciudad de Los Angeles,  California,  la Academia de Artes Cinematográficas reúna a algo más de un millar de sus destacadas estrellas, luceros y demás elementos titiladores con el fin de otorgar más de medio centenar de premios especiales como recompensa a la labor realizada en los estudios durante los meses precedentes.

Tal ceremonia (olvidaba decir ceremonia) como toda ceremonia es solemne y como si fuera poco es fastuosa. Oigase bien: fastuosa. No se escatima derroche.  Los concurrentes, elegantemente vestidos, militarmente compuestos, desesperadamente tensos.

Desde el momento en el cual un señor casi siempre de corbatín o una chica de vaporoso  e incomprensible vestido, después de hacer un fino gracejo, anuncia el nombre del afortunado  ganador.  este y casi todos sus amigos expresan con intensidad la gran alegría que se apodera de sus voluntades. Igualmente, rostros duros contrahechos, expresiones de desasosiego, derrota y dolor aparecen en los rostros de los rivales de la fortuna.

Rivales y amigos de estos personajes famosos y no tan famosos  concurren a este evento cada doce meses con la secreta obligación de ganar el premio para poder hacerse a jugosos contratos, y. demostrar a los cuatro vientos que son más famosos, famosos y no tan famosos.

Los demás no podemos asistir.

El rostro celuloidal es el precio del tiquete; los que no  poseemos tal rostro, hemos de conformarnos con presenciar el evento por la televisión.

Existen premios para cada pequeña especialidad que posibilita la gran dimensión del séptimo arte: maquilladores, desmaquilladores, peinadores, despeinadores, vestidores, desvestidores, camarógrafos, luminotécnicos, sonidistas, etcétera, siendo los más importantes los que se otorgan a los actores, actrices, directores y, por supuesto, la gran película.

Como ven, se premia todo.

Excepto el que a mi parecer es el más importante, el público.

¿No creen que se merece un Oscar el público?

Imposible gritarán unos, ridículos bufarán otros, los demás se repartirán: “Lástimas”,  “loco”, “pobre hombre”, “imbécil” y una veintena más de expresiones cariñosas.

Pero atención, las siguientes son unas pocas razones de las innumerables que existen que hacen del público un factor determinante en el éxito o fracaso de la industria del cine y le dan un lugar en el elitista, esnobista. y más mundillo del arte cinematográfico de California para el mundo.

Veamos algunas:

-          Estamos de acuerdo en que el cine es un arte, el séptimo. Los hacedores del hecho cinematográfico, por lo tanto, son artistas. Bueno, en el cine, más que en cualquier otro arte, el artista no puede desarrollar su trabajo sólo por un placer, diríamos, onanista, entre otras cosas porque resultaría excesivamente costoso. Luego necesariamente existe un consumidor y ¿quién es el consumidor?

Usted, yo, nosotros el público.

 

-          La asistencia de público a las salas de cine para ver las películas (Obras de arte) nominadas al gran premio, es factor determinante en la decisión del jurado. Que se sepa, no se premia una película o a un trabajo actoral sin antes haber recibido el veredicto imparcial de las largas colas, perdón,….. del consumidor del producto.

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-          Dicha asistencia a las salas representa pesos, pesetas, libras, liras, coronas, escudos, dólares, euros (que en últimas siempre son dólares o euros), y sean estos, pocos o muchos tienen la virtud de motivar o desmotivar a los productores cinematográficos que en últimas son los dueños del negocio

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-          El público tiene que soportar largas y tediosas filas para presenciar la película de moda o la exitosa o la de cual o tal estrella. No importa que llueve, ni que truene, ni que el calor sofocante amenace con derretirlos. Allí está el noble público, aguantando todo con estoicismo. Esperando siempre la obra maestra.

 

-          Es el público quien ha de reaccionar con bostezos o dormir incómodo en una silla ante una cinta que no satisfizo las expectativas que le fueron creadas con antelación por la publicidad de los distribuidores. Es el público quien llora, ríe, se atemoriza o se sorprende ante las imágenes propuestas por él o por los genios de turno. Es el público quien, a pesar de tantas desilusiones fílmicas, continúa. espartanamente haciendo filas, pagando entradas año tras año y aquí allá, buscando en la pantalla alguna gratificación, un racimo de sueños diferentes.

Podría enumerar muchas más razones, pero aquí me detengo, pues he empezado a enojarme. Considero que con estas es suficiente. Muchos habrán cambiado de opinión, pero se estarán preguntando, ¿y cómo pensará este orate que se puede designar a algún individuo o algunos individuos del gran público para recibir el anhelado premio?

Pues muy fácil. Basta con encontrar un detalle, un elemento, un factor que opere como constante a una mayor cantidad posible de público.. Yo me permito sugerir un mecanismo posible, claro está, luego de haber descartado un centenar de posibilidades.

Hay una constante en cualquier sala de cine, en cualquier lugar del mundo.

Es, ni más ni menos, la casi compulsiva masticación de alimentos empacados y el exasperante ruidecito de los talegos que se deshace en entre los dedos o bajo los pies nerviosos de los espectadores afectados por la larga espera, o por la figura monstruosa de los villanos de la segunda dimensión.

Son muchos los casos en los cuales el beso apasionado del apuesto galán se acompaña con  el sonido “Crunch, crunch,” que hace un chicharrón al ser apretado por los dientes de una novia enamorada. Y muchos otros en que, fatalmente, el fugitivo de la justicia es delatado por el sonido que hace un talego de patacones, pisado por un insensato espectador de gafas y sentado en la última fila.

Otras veces, la sinfonía de chasquidos, pedos y eructos es incapaz de controlar  la furiosa avalancha destructora. que ocasionan  los malos de las películas al invadir los pueblos silvestres y pacíficos.

Incluso muchas veces, el adalid  de la ley y el orden, luego de controlar y poner a buen recaudo a una parranda de anarquistas, vuelve impotente su mirada hacia la sala, seguro de no poder vencer las mandíbulas destructoras.

Cuando aparece el inesperado (o esperado) “The end” y vuelve a reinar la calma, un mar de envoltorios queda esparcido por el piso como un mudo testimonio de la feroz contienda.

Mover mandíbula en el cine es una costumbre de la que es muy difícil sustraerse. Luego puede tomarse como punto de partida para instaurar un concurso que luego de las pertinentes eliminatorias, permita la elección de un ganador, un premiado con la anhelada estatuilla

Podría ser de esta manera: Concurso de masticadores.

-          Los administradores de cada sala de cine de cine y los. expendedores de comestibles, en cada una de ellas elegirán durante una función concurrida a un ganador para que represente la sala en el gran concurso.

-          Este ganador concursará con los ganadores de las otras salas y de allí saldrá un representante a nivel local, luego un ganador a nivel de localidades para el concurso regional y luego uno a nivel departamental o estatal y luego uno a nivel nacional y finalmente un ganador de masticadores a nivel continental.

-          Como son cinco los continentes, cada uno de los cinco representantes será nominado al Óscar como espectador del año.

-          La gran final se realizará  en la ceremonia anual en Hollywood, a la par con los otros premios y se les darán a los nominados sendas arrobas de patacones, chicharrones, besitos para que los consuman durante el acto de premiación.

-          Aquel que termine primero recibirá el Oscar al mejor espectador. En caso de empate, se les hará comer las envolturas.

Celebraría mucho que esta idea de justicia prosperara. En caso de no ser así, seguiré asistiendo a las salas de cine de mi ciudad para seguir deleitándome con la nutritiva batalla que libran mis dientes, siempre vencedores, y la batalla que libran los grandes realizadores por convencer a mí, a ti, a nosotros, el público.

Quito, Marzo 7 de 1984.

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