EL OSCAR QUE FALTABA
Para todo el mundo
resulta familiar que una vez cada año en la ciudad de Los Angeles, California, la Academia de Artes Cinematográficas reúna a
algo más de un millar de sus destacadas estrellas, luceros y demás elementos
titiladores con el fin de otorgar más de medio centenar de premios especiales
como recompensa a la labor realizada en los estudios durante los meses
precedentes.
Tal ceremonia (olvidaba
decir ceremonia) como toda ceremonia es solemne y como si fuera poco es
fastuosa. Oigase bien: fastuosa. No se escatima derroche. Los concurrentes, elegantemente vestidos,
militarmente compuestos, desesperadamente tensos.
Desde el momento en el
cual un señor casi siempre de corbatín o una chica de vaporoso e incomprensible vestido, después de hacer un
fino gracejo, anuncia el nombre del afortunado
ganador. este y casi todos sus
amigos expresan con intensidad la gran alegría que se apodera de sus
voluntades. Igualmente, rostros duros contrahechos, expresiones de desasosiego,
derrota y dolor aparecen en los rostros de los rivales de la fortuna.
Rivales y amigos de estos
personajes famosos y no tan famosos
concurren a este evento cada doce meses con la secreta obligación de
ganar el premio para poder hacerse a jugosos contratos, y. demostrar a los
cuatro vientos que son más famosos, famosos y no tan famosos.
Los demás no podemos
asistir.
El rostro celuloidal es
el precio del tiquete; los que no
poseemos tal rostro, hemos de conformarnos con presenciar el evento por
la televisión.
Existen premios para cada
pequeña especialidad que posibilita la gran dimensión del séptimo arte: maquilladores,
desmaquilladores, peinadores, despeinadores, vestidores, desvestidores, camarógrafos,
luminotécnicos, sonidistas, etcétera, siendo los más importantes los que se
otorgan a los actores, actrices, directores y, por supuesto, la gran película.
Como ven, se premia todo.
Excepto el que a mi
parecer es el más importante, el público.
¿No creen que se merece
un Oscar el público?
Imposible gritarán unos,
ridículos bufarán otros, los demás se repartirán: “Lástimas”, “loco”, “pobre hombre”, “imbécil” y una
veintena más de expresiones cariñosas.
Pero atención, las
siguientes son unas pocas razones de las innumerables que existen que hacen del
público un factor determinante en el éxito o fracaso de la industria del cine y
le dan un lugar en el elitista, esnobista. y más mundillo del arte
cinematográfico de California para el mundo.
Veamos algunas:
-
Estamos de acuerdo en que el cine es un
arte, el séptimo. Los hacedores del hecho cinematográfico, por lo tanto, son
artistas. Bueno, en el cine, más que en cualquier otro arte, el artista no
puede desarrollar su trabajo sólo por un placer, diríamos, onanista, entre
otras cosas porque resultaría excesivamente costoso. Luego necesariamente
existe un consumidor y ¿quién es el consumidor?
Usted,
yo, nosotros el público.
-
La asistencia de público a las salas de
cine para ver las películas (Obras de arte) nominadas al gran premio, es factor
determinante en la decisión del jurado. Que se sepa, no se premia una película
o a un trabajo actoral sin antes haber recibido el veredicto imparcial de las
largas colas, perdón,….. del consumidor del producto.
.
-
Dicha asistencia a las salas representa
pesos, pesetas, libras, liras, coronas, escudos, dólares, euros (que en últimas
siempre son dólares o euros), y sean estos, pocos o muchos tienen la virtud de
motivar o desmotivar a los productores cinematográficos que en últimas son los
dueños del negocio
.
-
El público tiene que soportar largas y
tediosas filas para presenciar la película de moda o la exitosa o la de cual o
tal estrella. No importa que llueve, ni que truene, ni que el calor sofocante
amenace con derretirlos. Allí está el noble público, aguantando todo con
estoicismo. Esperando siempre la obra maestra.
-
Es el público quien ha de reaccionar con
bostezos o dormir incómodo en una silla ante una cinta que no satisfizo las
expectativas que le fueron creadas con antelación por la publicidad de los
distribuidores. Es el público quien llora, ríe, se atemoriza o se sorprende
ante las imágenes propuestas por él o por los genios de turno. Es el público
quien, a pesar de tantas desilusiones fílmicas, continúa. espartanamente
haciendo filas, pagando entradas año tras año y aquí allá, buscando en la
pantalla alguna gratificación, un racimo de sueños diferentes.
Podría
enumerar muchas más razones, pero aquí me detengo, pues he empezado a enojarme.
Considero que con estas es suficiente. Muchos habrán cambiado de opinión, pero
se estarán preguntando, ¿y cómo pensará este orate que se puede designar a
algún individuo o algunos individuos del gran público para recibir el anhelado
premio?
Pues
muy fácil. Basta con encontrar un detalle, un elemento, un factor que opere
como constante a una mayor cantidad posible de público.. Yo me permito sugerir
un mecanismo posible, claro está, luego de haber descartado un centenar de
posibilidades.
Hay
una constante en cualquier sala de cine, en cualquier lugar del mundo.
Es,
ni más ni menos, la casi compulsiva masticación de alimentos empacados y el
exasperante ruidecito de los talegos que se deshace en entre los dedos o bajo
los pies nerviosos de los espectadores afectados por la larga espera, o por la
figura monstruosa de los villanos de la segunda dimensión.
Son
muchos los casos en los cuales el beso apasionado del apuesto galán se acompaña
con el sonido “Crunch, crunch,” que hace
un chicharrón al ser apretado por los dientes de una novia enamorada. Y muchos
otros en que, fatalmente, el fugitivo de la justicia es delatado por el sonido
que hace un talego de patacones, pisado por un insensato espectador de gafas y
sentado en la última fila.
Otras
veces, la sinfonía de chasquidos, pedos y eructos es incapaz de controlar la furiosa avalancha destructora. que
ocasionan los malos de las películas al
invadir los pueblos silvestres y pacíficos.
Incluso
muchas veces, el adalid de la ley y el
orden, luego de controlar y poner a buen recaudo a una parranda de anarquistas,
vuelve impotente su mirada hacia la sala, seguro de no poder vencer las
mandíbulas destructoras.
Cuando
aparece el inesperado (o esperado) “The end” y vuelve a reinar la calma, un mar
de envoltorios queda esparcido por el piso como un mudo testimonio de la feroz
contienda.
Mover
mandíbula en el cine es una costumbre de la que es muy difícil sustraerse.
Luego puede tomarse como punto de partida para instaurar un concurso que luego
de las pertinentes eliminatorias, permita la elección de un ganador, un
premiado con la anhelada estatuilla
Podría
ser de esta manera: Concurso de masticadores.
-
Los administradores de cada sala de cine
de cine y los. expendedores de comestibles, en cada una de ellas elegirán
durante una función concurrida a un ganador para que represente la sala en el
gran concurso.
-
Este ganador concursará con los ganadores
de las otras salas y de allí saldrá un representante a nivel local, luego un
ganador a nivel de localidades para el concurso regional y luego uno a nivel
departamental o estatal y luego uno a nivel nacional y finalmente un ganador de
masticadores a nivel continental.
-
Como son cinco los continentes, cada uno
de los cinco representantes será nominado al Óscar como espectador del año.
-
La gran final se realizará en la ceremonia anual en Hollywood, a la par
con los otros premios y se les darán a los nominados sendas arrobas de patacones,
chicharrones, besitos para que los consuman durante el acto de premiación.
-
Aquel que termine primero recibirá el Oscar
al mejor espectador. En caso de empate, se les hará comer las envolturas.
Celebraría
mucho que esta idea de justicia prosperara. En caso de no ser así, seguiré
asistiendo a las salas de cine de mi ciudad para seguir deleitándome con la
nutritiva batalla que libran mis dientes, siempre vencedores, y la batalla que
libran los grandes realizadores por convencer a mí, a ti, a nosotros, el público.
Quito,
Marzo 7 de 1984.
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