SOY GREGORIO, el gregario
(Remedo afanoso de un texto de Anton Chejov)
Por
primera vez en mi vida no voy a saludar ya que la experiencia me ha enseñado
que nadie responde como debe ser a un saludo.
Mi
nombre es Gregorio Coy Mendieta y lo digo por cumplir con cierto protocolo
porque estoy seguro de que mi nombre no les dice absolutamente nada y mi papel
aquí no es el de explicarles la razón.
He
sido comisionado por el Departamento de Defensa para hablarles a ustedes, los
que seguramente entienden temas intrincados, sobre uno de los aciertos más importantes
de la humanidad en el campo de la
defensa estratégica, la producción en línea del más portentoso artefacto defensivo jamás conocido…nada más y
nada menos que del submarino nuclear.
(Pausa
y silencio)
Al
parecer no les ha caído nada bien mi presentación así que lo intentaré de
nuevo.
¡Buenas
noches, querida audiencia!
¡Buenas
noches, damas y caballeros; buenas
noches prestigiosos doctores!
Mi
nombre es Gregorio Coy Mendieta (Risas)…Coy Mendieta…..Hasta ahora caigo en la
cuenta…..Coime en dieta…. Con razón la risa. (Carraspea) Seguramente mi nombre,
aparte del coime en dieta, no le dice nada a nadie y no voy a explicarles la
razón pues no es el objetivo de estos encuentros.
Esta
noche he sido comisionado para hablar a ustedes durante esta sesión de uno de
los adelantos más importantes de la humanidad en el campo de la producción de
armas defensivas. El tema de hoy es nada más ni nada menos que el poder
belicista del submarino nuclear y el desarrollo de la industria bélica
nacional.
Esta
noche voy a disertar sobre el submarino nuclear hecho en Colombia, con
tecnología netamente colombiana y mano de obra nacional y su proyección a nivel
mundial.
La
verdad es que es un tema apasionante, además de interesante. (Para sí) Es al
revés: Interesante, además de apasionante! ¡Qué más da!
Y
por tal razón, doy por supuesto que ustedes tienen los conocimientos
necesarios en física nuclear, química y
aerodinámica suficientes como para aventurarnos en una charla de alto nivel
científico. (Se afloja la corbata, estira los dedos)
Me
tomaré la licencia de empezar esta charla con una información que a simple
vista parece elemental y anecdótica, pero que es el eje de referencia en lo que
concierne a los adelantos realizados por el hombre contemporáneo, el hombre de
la era científica, como muy acertadamente ha sido nominado por nuestra nueva
generación de historiadores. ¿Ustedes han leído por lo menos una de las amenas
y proféticas obras de Julio Verne?
¡Lo
suponía!
Monsieur
Verne escribió una delicioso relato hace muchos años en la cual sus personajes
viven una impresionante aventura a bordo de un submarino llamado Nautilus. Increíble, insospechado en esa época. El
capitán Nemo era su comandante.
Desde
muy niño me aficioné a la lectura de sus obras. Mi padre solía comentar que yo
era tan genial como él, incluso superior, decía, mi madre.
Es
a ella a quien debo todo lo que soy. Pienso que ella no fue solo una madre para
mí, fue también una amiga, la mejor amiga que he tenido nunca; no solo a mí me trata bien, es muy buena con
todo el mundo. Ustedes la conocen: es la fundadora, propietaria y directora de
este Centro de Estudios Superiores y desde hace ya nueve años, ocho meses y dos
días.
Ella
me pidió que no olvidara decirles que soy emisario del Departamento de Defensa
para ganarme su respeto y me dio todos
estos documentos para que se los leyera que igual si los leyera el mismísimo
Einstein, todos terminan dormidos.
No
se imaginan el compromiso tan grande que se adquiere al tener como madre a una
mujer tan brillante, a una mujer tan preocupada por el desarrollo moral e
intelectual de su único error, digo de su único vástago, es decir, yo. Ella
opina que para mí no existe la palabra imposible. Tal vez fue por eso que
cuando yo tenía tan solo doce años me obligó a dictar una conferencia sobre el
mágico, aunque difícil arte de cocinar en seco en Cefalú, el centro femenino de
labores varias. El resultado fue aceptable.
Sin
embargo, mi madre se mostró preocupadamente descontenta. Solo cursé hasta
segundo año de secundaria pues mi madre se opuso a que continuara mis estudios
con la firme convicción de que “para una
mente tan despierta como la tuya, la escuela no es más que una pérdida de
tiempo”, un foco de costumbres
contaminantes y un sepulcro de la inteligencia.
La
semana pasada comenté a mi madre la necesidad de cursar por lo menos el tercer
grado de secundaria y ese atrevimiento me trajo como consecuencia inmediata la
rebaja de mi mesada. Me suspendió el postre a la hora del almuerzo y me obligó
a lavar y masajear los pies de mi
abuelito todas las noches antes de que se acueste. Mi abuelo es un adorable
vejestorio artrítico que no se puede agachar. Además me escondió toda la ropa
hasta la que me regaló al cumplir los cuarenta años hace menos de un mes.
Creo
haberles mentido al decirles que era una amiga. Mi madre es una tirana, es un
demonio escapado del mismísimo infierno. Es un monstruo que durante los últimos
tres meses no ha hecho otra cosa que avasallarme, que anularme que convertirme
en un guiñapo humano. Perdón, en un despojo humano. Parece una hiena lista a
hincarme los colmillos a la más mínima señal de liberación. Me tiene sometido pero eso pronto se va a acabar, se va a acabar, acabar. Ya no la soporto. (Mira asustado
hacia el frente)
¡Llegó!
¡Ya llegó! Ustedes no se imaginan lo que pasará si se entera de lo que ha
pasado aquí, si ustedes le dicen que no he dado la conferencia, por favor les
suplico. Díganle que la charla ha sido excelente. (Aparece su madre en la
puerta, Gregorio cambia sus ademanes)
Para
finalizar no sobra recomendar la lectura juiciosa de las obras de Clausewitz y del genial estratega colombo – israelí, Moses
Van der Pong y les aseguro que al hacerlo comprenderán mejor el intrincado tema
de los últimos adelantos en el campo de la ciencia y el de la tecnología que
asombran al hombre contemporáneo. Agradezco mucho sus intervenciones y he
tomado atenta nota para futuros encuentros.
Colombia
será potencia naval. Buen viento y buena mar.
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