Es seguro que a
alguno de mis amigos y a todos esos a los que le sobran aventuras y también,
por qué no, a los defensores de la ley y el orden, les parecerá una idiotez
tardía o la orden de una conciencia intranquila lo que voy a referir aquí.
No es lo uno ni lo
otro.
Muchos de los
personajes aquí mencionados estaban esperando que alguien validara esas
existencias harto despreciables y le pusiera el rótulo de rebeldía para
justificar en algo lo absurdo de sus “hazañas” y de sus presuntos encantos.
El odio y el amor
van de la mano por estas líneas en las que no hay ganadores, ni perdedores
porque todos perdimos hace mucho tiempo, aunque la prominencia senil de
nuestros estómagos, uno que otro título profesional o un presente digno estén
ahí para refutarlas.
Pues
bien, Bellavista Noroccidental era “zona roja” de la ciudad por allá por los
años sesenta cuando la pujante ciudad capital se poblaba de pujadores de otras
tierras y los condenaba a vivir en las periferias.
Mi barrio nunca fue elegante. Era un apéndice acuoso en la próspera y pujante capital colombiana, donde todos pujaban, la mayoría de hambre.
Estos calificativos, desde luego, corresponden
al criterio de los no menos prósperos y pujantes moradores de los sectores
aristocráticos que se han turnado en regir los destinos de la ciudad y la
nación.
Bella Vista, así se llama el barrio. En el
nombre acertaron los que así lo bautizaron. Al menos cuando lo fundaron la
vista era bella. Ahora no lo es.
Mi barrio nunca fue elegante, pero tenía
encanto.
Y el encanto provenía de la gente que lo
habitaba.
El maravilloso barrio tan rebosante de polvo,
de huecos en cada calle, de basuras, de recuerdos y de esquinas como casi todos
los barrios que me ha tocado ver y entender. (Es que en todas las esquinas de
todos los barrios se apilan la basura y los recuerdos)
Y en todas las esquinas, más allá de las cinco de la tarde es común ver a un grupo de jóvenes dejando escapar la juventud (o asiéndola torpemente) en medio de carcajadas y murmuraciones.
en todas las esquinas
se desperdicia la vida
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