MIGUEL ANGEL BUONARROTI
MATEUS, suicida
Extraño,
muy extraño, amigo Mateus (oriundo de Barichara)……Acariciar con expiratoria
fiebre las patas de una silla y dedicarle poemas de amor a una ventana. Caminar
por ahí, haciéndole cortejo a una guitarra que solo tiene una cuerda y guardar
su existencia en páginas blancas que nadie leerá.
Pensar
y pensar y pensar en arrancarle la lengua de un
mordisco al David de Miguel Angel para demostrar el odio y el amor por
la belleza que no le fue concedida; rasgar las vestiduras a la usanza del viejo
testamento y correr desnudo por las calles en busca desesperada de una musa (o una semimusa) para
hacerle el amor públicamente e intentar perpetuar en tiempo y espacio esa
locura que se llama “ser un artista”
Claro,
a él le importa muy poco la opinión que sobre su comportamiento se hace la
gente de ese pueblo tan lindo pero tan predecible. Mateus siempre estuvo solo y siempre fue
amante de la soledad; alguna vez tuvo amigos, pocos, pero con el tiempo estos
se fueron volviendo padres, jueces, fiscales, inquisidores de su razón y él no
tuvo más remedio que el de refugiarse en “su montaña” que él mismo construyó
con sus deseos reprimidos, frustraciones, baja estima, fruslerías,
imperfecciones y demás palabrejas técnicas (metalenguaje) de los especialistas
en los demás, que lo hacían sentir un “tecnócrata del alma”
Cierto día le vi, lavando una por una las hojas (las hojas del inmenso árbol que sobrevive frente a la Capilla de Jesús en el pueblo y al preguntarle por qué lo hacía, echó a reir fuera de sí y luego se puso a cantar la de los tres elefantes y orinó con un chorro decidido sobre la puerta de la Capilla y minutos adelante se quedó mirando extasiado la cúpula de la iglesia principal al tiempo que balbucía…”es el Vaticano, es el Vaticano, la Sixtina, la Sixtina…”
Miré
hacia dónde me señalaba su mirada y no pude ver nada distinto a las
edificaciones típicas de los pueblos que nos dejó la colonia (Se necesitan ojos
de poeta para ver más allá)
Me
sentí tonto, como si estuviera sobrándole a
la escena y muy despacio me fui alejando… con respeto y algo de
desconcierto. Alcancé a hacerlo unos cinco metros cuando me llamó:
-
¡Fernando!
No
pude menos que contener un gesto de fastidio y me devolví tan lento como pude.
Cuando estuve parado frente a él pude sentir su respiración ansiosa y vi como
dos lágrimas se desbocaban por sus mejillas. Cerré los ojos y contuve el
aliento conmovido. Un extraño gemido salió de su boca y en un abrir y cerrar de
ojos sacó de entre sus ropas un puñal y lo puso en mi mano; empezó a llorar
como un niño mientras se sacaba la camisa…se calmó, miró hacia el firmamento
con la más estudiada indiferencia y me dijo:
-
¡Fernando, por favor…mátame!
Bucaramanga,
noviembre 1982
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