viernes, 19 de abril de 2024

Buonarroti Mateus (de "PERSONAJES" de Fernando Arias Alvarez)

 


MIGUEL ANGEL BUONARROTI MATEUS,  suicida

 

Extraño, muy extraño, amigo Mateus (oriundo de Barichara)……Acariciar con expiratoria fiebre las patas de una silla y dedicarle poemas de amor a una ventana. Caminar por ahí, haciéndole cortejo a una guitarra que solo tiene una cuerda y guardar su existencia en páginas blancas que nadie leerá.

Pensar y pensar y pensar en arrancarle la lengua de un  mordisco al David de Miguel Angel para demostrar el odio y el amor por la belleza que no le fue concedida; rasgar las vestiduras a la usanza del viejo testamento y correr desnudo por las calles en busca  desesperada de una musa (o una semimusa) para hacerle el amor públicamente e intentar perpetuar en tiempo y espacio esa locura que se llama “ser un artista”

 Todos lo critican, todos se sienten con derecho a censurarlo porque no hace lo correcto.

Claro, a él le importa muy poco la opinión que sobre su comportamiento se hace la gente de ese pueblo tan lindo pero tan predecible.  Mateus siempre estuvo solo y siempre fue amante de la soledad; alguna vez tuvo amigos, pocos, pero con el tiempo estos se fueron volviendo padres, jueces, fiscales, inquisidores de su razón y él no tuvo más remedio que el de refugiarse en “su montaña” que él mismo construyó con sus deseos reprimidos, frustraciones, baja estima, fruslerías, imperfecciones y demás palabrejas técnicas (metalenguaje) de los especialistas en los demás, que lo hacían sentir un “tecnócrata del alma”

Cierto día le vi, lavando una por una las hojas (las hojas del inmenso árbol que sobrevive frente a la Capilla de Jesús en el pueblo y al preguntarle por qué lo hacía, echó a reir fuera de sí y luego se puso a cantar la de los tres elefantes y orinó con un chorro decidido sobre la puerta de la Capilla y minutos adelante se quedó mirando extasiado la cúpula de la iglesia principal al tiempo que balbucía…”es el Vaticano, es el Vaticano, la Sixtina, la Sixtina…”

Miré hacia dónde me señalaba su mirada y no pude ver nada distinto a las edificaciones típicas de los pueblos que nos dejó la colonia (Se necesitan ojos de poeta para ver más allá)

Me sentí tonto, como si estuviera sobrándole a  la escena y muy despacio me fui alejando… con respeto y algo de desconcierto. Alcancé a hacerlo unos cinco metros cuando me llamó:

-          ¡Fernando!

No pude menos que contener un gesto de fastidio y me devolví tan lento como pude. Cuando estuve parado frente a él pude sentir su respiración ansiosa y vi como dos lágrimas se desbocaban por sus mejillas. Cerré los ojos y contuve el aliento conmovido. Un extraño gemido salió de su boca y en un abrir y cerrar de ojos sacó de entre sus ropas un puñal y lo puso en mi mano; empezó a llorar como un niño mientras se sacaba la camisa…se calmó, miró hacia el firmamento con la más estudiada indiferencia y me dijo:

-          ¡Fernando, por favor…mátame!

 

Bucaramanga, noviembre 1982

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