CAOS y anarquía
Propalábanse rumores (hic
et ubique) a pasos de desmesura.
Varias figuritas
cuchicheaban detrás del trono adornado con un dosel real….(No sobra advertir
que todo aquí es real.)
El blasón real se balanceaba y nadie parecía advertirlo, ni el alboroto (inútil no hacerlo…era una autentica
jiga de lupanar)
La reina, un dechado de
recato y buenas maneras extrajo un legajo de papeles conteniendo decretos
recientes e impopulares con el propósito veraz de incinerarlos.
Un jayán vióla y con
premura expelió un altisonante lamento y luego arremetió contra la pira.
El execrable acto
videlicet (verbi gratia) sin embargo no llegó a su fin pues el jayán cayóse de
bruces sobre un escabel.
Se inició entonces una
gran pendencia. Por tal y por otro motivo: el cúmulo de ambigüedades y
procacidad que contenía la endecha que mandó a componer el gran soberano en
honor de sus huéspedes.
El séquito real,
entrenado para repeler cualquier ataque con sus agresivas lanzas enhiestas,
aquí y acullá, miraban la jarana de soslayo.
El rey en derroche de
doblez, se reía de las penurias de su pueblo y no solo eso, ordenó a un zapador
realizar su labor en el jardín palaciego amenazándolo con una partesana, labor
muy dura, aparte de inoficiosa.
El zapador huyó y al
hacerlo derribó la puerta con todo y goznes. El miedo le carcomía, también la
rabia y demudado paró su loca carrera en la puerta principal.
El rey soltó cuatro o
cinco sucias imprecaciones y prometió las más galanas dádivas a quien asegurara
la detención del insolente.
Por una afortunada
paradoja, ninguno se atrevía, porque todos admiraban la acción de su eventual
adalid.
Así que el rey decidió
jugar una carta habitual entre todos los de su linaje. Hizo las paces, se
disculpó, pero secretamente había convenido desaparecer al zapador suministrándole
un tósigo.
La reina zaherida en sus
más íntimos sentimientos, plugó a Dios el fin de tan aciaga jornada. Después
fue a su recámara, saco un tahelí y se dirigió a una sentina. Era su dosis
personal de oración y expiación.
Los amotinados ignoraron
el gesto de la reina y sin piedad acometieron contra los áulicos y contra todo
el vasallaje y más pronto que tarde tomaron el control del palacio.
El rey fue puesto preso y
enviado a una galera condenado a morir en medio del proceloso piélago, pero uno
de sus lacayos, el más leal, conocido con el mote de “El Feroz”, terminó este
fútil episodio cortándole a su señor la cabeza con una segur.
Luego hizo lo mismo con
su cabeza.
El mar permaneció
impasible y ese reino, desapareció del mapa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario