lunes, 22 de abril de 2024

"Caos y anarquía" - (Cuentos anómalos de Fernando Arias Alvarez)

 


CAOS y anarquía

Propalábanse rumores (hic et ubique) a pasos de desmesura.

Varias figuritas cuchicheaban detrás del trono adornado con un dosel real….(No sobra advertir que todo aquí es real.)

El blasón real se  balanceaba y nadie parecía  advertirlo, ni  el alboroto (inútil no hacerlo…era una autentica jiga de lupanar)

La reina, un dechado de recato y buenas maneras extrajo un legajo de papeles conteniendo decretos recientes e impopulares con el propósito veraz de incinerarlos.

Un jayán vióla y con premura expelió un altisonante lamento y luego arremetió contra la pira.

El execrable acto videlicet (verbi gratia) sin embargo no llegó a su fin pues el jayán cayóse de bruces sobre un escabel.

Se inició entonces una gran pendencia. Por tal y por otro motivo: el cúmulo de ambigüedades y procacidad que contenía la endecha que mandó a componer el gran soberano en honor de sus huéspedes.

El séquito real, entrenado para repeler cualquier ataque con sus agresivas lanzas enhiestas, aquí y acullá, miraban la jarana de soslayo.

El rey en derroche de doblez, se reía de las penurias de su pueblo y no solo eso, ordenó a un zapador realizar su labor en el jardín palaciego amenazándolo con una partesana, labor muy dura, aparte de inoficiosa.

El zapador huyó y al hacerlo derribó la puerta con todo y goznes. El miedo le carcomía, también la rabia y demudado paró su loca carrera en la puerta principal.

El rey soltó cuatro o cinco sucias imprecaciones y prometió las más galanas dádivas a quien asegurara la detención del insolente.

Por una afortunada paradoja, ninguno se atrevía, porque todos admiraban la acción de su eventual adalid.

Así que el rey decidió jugar una carta habitual entre todos los de su linaje. Hizo las paces, se disculpó, pero secretamente había convenido desaparecer al zapador suministrándole un tósigo.

La reina zaherida en sus más íntimos sentimientos, plugó a Dios el fin de tan aciaga jornada. Después fue a su recámara, saco un tahelí y se dirigió a una sentina. Era su dosis personal de oración y expiación.

Los amotinados ignoraron el gesto de la reina y sin piedad acometieron contra los áulicos y contra todo el vasallaje y más pronto que tarde tomaron el control del palacio.

El rey fue puesto preso y enviado a una galera condenado a morir en medio del proceloso piélago, pero uno de sus lacayos, el más leal, conocido con el mote de “El Feroz”, terminó este fútil episodio cortándole a su señor la cabeza con una segur.

Luego hizo lo mismo con su cabeza.

El mar permaneció impasible y ese reino, desapareció del mapa.

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