Y yo a tí, doctor
(de Fermín Martino)
(A Z. y todo su cariño)
I
- ¡No lo toquen!
¡No lo toquen! ¡Si lo tocan, los mato!
Un puñal hizo bis
en su pecho y de allí no brotaron flores como él quería, sino sangre, mucha
sangre y nada más......
Su cuerpo extendido
sobre el pavimento, con la cara cubierta por sus manos como si le diera pena
que lo vieran muerto....Triste e infortunado final para su vida, siempre
alimentada por sueños propios y ajenos
- ¡No lo toquen!
¡Déjenme a mí, porque esa sangre que brota de su pecho es la misma sangre
mía....!
II
Tenía cuatro años
más que yo. Cuando éramos niños, él se ocupaba de cambiar mis pañales, de
acunarme contra su cuerpo no acunado y de alegrarme el insípido tetero a que
nos acostumbró el abandono.
Desde muy niño tuvo
que olvidarse de juegos, de balones y bicicletas, para enfrentar la vida dura
con sus bracitos endurecidos a la fuerza.
Limpió pisos y
ventanas en las casas de los ricos, le tocó humillarse para procurarnos un poco
de vida. Y al parecer, la vida le devolvía muy poco. Lo sentía llorar en
silencio. Sobre su piel se fue formando una coraza producida por tantas noches
sin refugio; el brazo aferrado a una caja grande de cigarrillos importados, de
esos que le dan el pan a muchas familias colombianas y que llenan de ostentación
las mesas de los bares elegantes.
Amaneceres de
zapatos rotos y calcetines sin remendar, pasos lentos con los que la pobreza
nos aleja de los sueños de mejores mañanas.
La voz de niño ya
reventada de pregones y el cuerpo frío, aterido, como de muerte.
Y más bien era su
sonrisa la que en la penumbra de nuestro infortunio le recuperaba su carita de
niño. Era la sonrisa satisfecha por haber cumplido la cita diaria con el
caldito de papa sin carne y de vez en cuando un huevito.
Crecí, tuve la
oportunidad de ser niño, lo que a él le fue negado.
Una navidad me
sorprendió con un carrito de juguete, nuevecito y de bomberos, aunque los
bomberos tenía que ponerlos nuestra imaginación.
No se cuál de los
dos estuvo más feliz. Si yo abriendo más los ojos cuando vi el regalo en su
envoltura preciosa con todo y tarjeta, o él al verme tan feliz y confundido.
Así fuimos
haciéndonos grandes, siempre esos cuatro años que lo hicieron mi padre, pero
también que nunca me dejaron olvidar que era mi hermano, era mi amigo, era mi
cómplice.
Puso en mis manos
bolsas de mangos y cestas de aguacates. También cigarrillos y hasta cervezas
importadas, entonces de mi garganta aprendieron a salir pájaros, algunos de
ellos lastimados.Casi veinte horas diarias de pregones para la misma pobreza de
siempre terminan por asesinar toda esperanza. Así que con lágrimas, con la
voluntad estrenada a fuerza de privaciones, un día decidió que ya no lo
acompañara más.
Me inscribió en una
escuela pública y pagaba todos mis gastos ¿Cómo? No lo se.
De alguna manera me
hizo saber que él trabajaba por los dos para que yo aprendiera cosas por los
dos.
Asi lo entendí y
así lo hice....Hasta hoy
Días y días pasaban
sin grandes sorpresas hasta que el dueño de la casa nos echó diciendo:
“guevoncitos, ya están grandecitos, vean a ver que se ponen a hacer”
Juntos caminamos
esta ciudad para arriba y para abajo sin más patrimonio que un rencor que no
sabíamos cuando iba a explotar.
Consiguió una alcoba en un edificio de
inquilinato en el que vivían putas, ladrones...drogadictos, también había un
policía y alguna gente mala. Era eso que llaman en esta ciudad “una
olla”...pero ...¿qué más podíamos hacer?
Allí pasé, pasamos
loa años más felices de mi, de nuestras vidas.
Yo seguía
estudiando y él se las arreglaba para sostenernos. Allí conocí una parte de la
humanidad que me era injustamente propia y ajena a la vez.
Perdí la inocencia
sobre el cuerpo de una mujer –solo recuerdo su ajada sonrisa- a la que se le
metió en la cabeza que yo era como su hijo. Extraña forma de incesto
Pero antes que
producirme sentimientos de culpa, sentía esa relación como una bendición, pues
detrás de cada mimo, de cada abrazo ambiguo,
había una taza de chocolate bien caliente con pan para él y para mí
Terminé la
educación secundaria. La noche de mi graduación fui acompañado por mi madre -
amante y por mi padre - hermano. De nuevo, no podía asegurar cuál de los tres era el más feliz y
orgulloso
Cuando creí que me
iba a decir “Bueno, hasta aquí llego yo”, con una sonrisa munífica. De esas que
iluminan el rostro de los ángeles me dijo
- “Doctor, la
universidad lo está esperando...No se me preocupe”
A duras penas sabía
escribir, a duras penas leía los letreros de los buses. Pero con la mayor
naturalidad del mundo fue de universidad en universidad, gestionando,
chicaneando hasta que me consiguió cupo en una universidad privada, de curitas
y tal..
Me llevó el primer
día de clases y en la puerta del prestigioso claustro me entregó un cuaderno
grande y nuevo. Un estuche hermoso que contenía pluma, estilógrafo y lápiz, a
todas luces costoso. Me miró a los ojos y me dijo:
-
“Bueno, doctor...ahora sí a
triunfar”
No dijo nada más.
No necesitaba decir más para que me sintiera comprometido con su sacrificio.
Entonces me dediqué con ahinco al estudio, a superar las taras que produce la
miseria y el rechazo y bien pronto pude sonreir ufano. Era preciso devolverle
con creces todo lo que hacía por mí. Por respeto y por admiración nunca le pregunté por qué lo hacía y mucho
menos que era lo que hacía para conseguir el dinero que demandaba mi educación.
Eso sería como si la Cenicienta cometiera la indelicadeza de preguntarle a su
Hada Madrina ¿por qué? ¿por qué a mí? Todo el encanto podía rodar por el piso y
la dulzura de la promesa se tornaría distante, ajena
Mi compromiso era
no defraudarlo y con eso ya tenía suficiente.
¡Vaya, las cosas
que le pasan a uno!
Una madre que es
también la amante y un hermano que hace
las veces de padre y a la vez es cuñado de la madrastra......curiosa manera de
hacer un equipo para enfrentar las contingencia a que nos condena la pobreza.
Una noche llegó a
casa conduciendo una motocicleta nuevecita. Sin decir más me ordenó
- “Súbase. Vamos a
dar una vuelta”
Me llevó por toda
la ciudad, conocí la parte elegante de la que me hablaban mis compañeros de
clase...la ciudad de la gente bella,
jineteando en tandem un corcel de acero.
No se por qué pero
me sentía poderoso. Volaba. Era como si el viento que me pegaba en el rostro,
en el cuerpo, me pusiera alas. Volaba. Volábamos. Literalmente volábamos como
dos águilas por la negrura de la noche, despoblando las aceras con el sonido
del aleteo. Apagando las bombillas con las expresiones de júbilo
Regresamos a casa
seguros y satisfechos por haber conocido los sitios de la gran ciudad que
siempre nos fueron esquivos e ingratos. Al menos yo me sentía un
vengador...¡Vaya tonto!
De repente nuestra
vida cambió sin que yo atinara a dar una explicación. Hasta hoy
Quedamos de vernos
temprano en las cercanías de la Universidad. No llegó Cosa rara en él. Siempre
llegaba y antes de la hora fijada. Era su distintivo
Lo esperé un par de
horas, luego me fui caminando por ahí...sin rumbo.
Me detuve en una
caseta para comprar un cigarrillo...Entonces ahí. En una radio escuché su
nombre....su nombre y su apellido “Dados de baja tres antisociales que
intentaban robar una sucursal del Banco de....Uno de los antisociales
identificado como.....y al parecer el cabecilla del grupo delincuencial se
encuentra gravemente herido en el lugar de los acontecimientos....”
¡No puede ser él!
¡El no haría eso!
¡No puede ser él ¿Cuántas personas se llaman de la misma manera? ¡Eso es. Es
otro!
Lo que me
inquietaba era el hecho de que ahora mismo debía estar conmigo y no estaba,
Tomé un taxi y me
dirigí al lugar señalado en la radio para salir por fin de toda duda.
¡No es él. No puede
ser él!.
-“¡Rápido señor, es
de vida o muerte!”
¡No es él. No puede
ser él!.
Centenares de
curiosos rodaban el cuerpo de los presuntos delincuentes
¡No puede ser él!
- ¿El herido?
¿Dónde está el herido?
- Está allá, en esa droguería. Esperan una
ambulancia
A codazos y
trompadas me abrí paso entre la gente y llegué al sitio
- ¿El herido?
-
Murió
-
¡No. Déjenme verlo!. ¡Quiero
verlo!
Una
mano se plantó en mi hombro
-
¡Qué pasa, doctor? ¿Es amigo suyo?
Reconocí esa voz. Volví a vivir
Me
sentía culpable por haber pensado que...Lo abracé y lo besé como se hace con un
padre que vuelve de la guerra, lo volvía a abrazar sin que me importaran las
murmuraciones. Sorprendido se separó de mis brazos y me miró interrogante:
-
¡Es que te quiero...pendejo!
-
¡Y yo a ti, doctor!
III
Tres horas más
tarde esas mismas palabras mías se iban a repetir en otro lugar......sólo que
sin respuesta
Un puñal hizo bis
en su pecho de hombre bueno, porque se negó a entregar lo que con tanto
esfuerzo había ganado.
Ven...¡Cómo es la
vida!
-¡Por favor!. No lo
toquen Dejen que yo ponga mi oído cerca de su boca. Dejen que la esperanza me
deje oir una vez más:
- ¡Y yo a ti,
doctor!
Bogotá Mayo, 2009
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