lunes, 2 de enero de 2017

Y yo a tí, doctor.....(Fermin Martino en "Cuentos anómalos del altiplano")





Y  yo a tí, doctor  
(de Fermín Martino)
(A Z. y todo su cariño)

I

- ¡No lo toquen! ¡No lo toquen! ¡Si lo tocan, los mato!
Un puñal hizo bis en su pecho y de allí no brotaron flores como él quería, sino sangre, mucha sangre y nada más......
Su cuerpo extendido sobre el pavimento, con la cara cubierta por sus manos como si le diera pena que lo vieran muerto....Triste e infortunado final para su vida, siempre alimentada por sueños propios y ajenos
- ¡No lo toquen! ¡Déjenme a mí, porque esa sangre que brota de su pecho es la misma sangre mía....!


II

Tenía cuatro años más que yo. Cuando éramos niños, él se ocupaba de cambiar mis pañales, de acunarme contra su cuerpo no acunado y de alegrarme el insípido tetero a que nos acostumbró el abandono.
Desde muy niño tuvo que olvidarse de juegos, de balones y bicicletas, para enfrentar la vida dura con sus bracitos endurecidos a la fuerza.
Limpió pisos y ventanas en las casas de los ricos, le tocó humillarse para procurarnos un poco de vida. Y al parecer, la vida le devolvía muy poco. Lo sentía llorar en silencio. Sobre su piel se fue formando una coraza producida por tantas noches sin refugio; el brazo aferrado a una caja grande de cigarrillos importados, de esos que le dan el pan a muchas familias colombianas y que llenan de ostentación las mesas de los bares elegantes.

Amaneceres de zapatos rotos y calcetines sin remendar, pasos lentos con los que la pobreza nos aleja de los sueños de mejores mañanas.
La voz de niño ya reventada de pregones y el cuerpo frío, aterido, como de muerte.
Y más bien era su sonrisa la que en la penumbra de nuestro infortunio le recuperaba su carita de niño. Era la sonrisa satisfecha por haber cumplido la cita diaria con el caldito de papa sin carne y de vez en cuando un huevito.

Crecí, tuve la oportunidad de ser niño, lo que a él le fue negado.
Una navidad me sorprendió con un carrito de juguete, nuevecito y de bomberos, aunque los bomberos tenía que ponerlos nuestra imaginación.
No se cuál de los dos estuvo más feliz. Si yo abriendo más los ojos cuando vi el regalo en su envoltura preciosa con todo y tarjeta, o él al verme tan feliz y confundido.

Así fuimos haciéndonos grandes, siempre esos cuatro años que lo hicieron mi padre, pero también que nunca me dejaron olvidar que era mi hermano, era mi amigo, era mi cómplice.
Puso en mis manos bolsas de mangos y cestas de aguacates. También cigarrillos y hasta cervezas importadas, entonces de mi garganta aprendieron a salir pájaros, algunos de ellos lastimados.Casi veinte horas diarias de pregones para la misma pobreza de siempre terminan por asesinar toda esperanza. Así que con lágrimas, con la voluntad estrenada a fuerza de privaciones, un día decidió que ya no lo acompañara más.
Me inscribió en una escuela pública y pagaba todos mis gastos ¿Cómo? No lo se.
De alguna manera me hizo saber que él trabajaba por los dos para que yo aprendiera cosas por los dos.
Asi lo entendí y así lo hice....Hasta hoy

Días y días pasaban sin grandes sorpresas hasta que el dueño de la casa nos echó diciendo: “guevoncitos, ya están grandecitos, vean a ver que se ponen a hacer”
Juntos caminamos esta ciudad para arriba y para abajo sin más patrimonio que un rencor que no sabíamos cuando iba a explotar.
 Consiguió una alcoba en un edificio de inquilinato en el que vivían putas, ladrones...drogadictos, también había un policía y alguna gente mala. Era eso que llaman en esta ciudad “una olla”...pero ...¿qué más podíamos hacer?
Allí pasé, pasamos loa años más felices de mi, de nuestras vidas.

Yo seguía estudiando y él se las arreglaba para sostenernos. Allí conocí una parte de la humanidad que me era injustamente propia y ajena a la vez.
Perdí la inocencia sobre el cuerpo de una mujer –solo recuerdo su ajada sonrisa- a la que se le metió en la cabeza que yo era como su hijo. Extraña forma de incesto
Pero antes que producirme sentimientos de culpa, sentía esa relación como una bendición, pues detrás de cada mimo, de cada abrazo ambiguo,  había una taza de chocolate bien caliente con pan para él y para mí
Terminé la educación secundaria. La noche de mi graduación fui acompañado por mi madre - amante y por mi padre - hermano. De nuevo, no podía  asegurar cuál de los tres era el más feliz y orgulloso
Cuando creí que me iba a decir “Bueno, hasta aquí llego yo”, con una sonrisa munífica. De esas que iluminan el rostro de los ángeles me dijo
- “Doctor, la universidad lo está esperando...No se me preocupe”
A duras penas sabía escribir, a duras penas leía los letreros de los buses. Pero con la mayor naturalidad del mundo fue de universidad en universidad, gestionando, chicaneando hasta que me consiguió cupo en una universidad privada, de curitas y tal..
Me llevó el primer día de clases y en la puerta del prestigioso claustro me entregó un cuaderno grande y nuevo. Un estuche hermoso que contenía pluma, estilógrafo y lápiz, a todas luces costoso. Me miró a los ojos y me dijo:
-          “Bueno, doctor...ahora sí a triunfar”
No dijo nada más. No necesitaba decir más para que me sintiera comprometido con su sacrificio. Entonces me dediqué con ahinco al estudio, a superar las taras que produce la miseria y el rechazo y bien pronto pude sonreir ufano. Era preciso devolverle con creces todo lo que hacía por mí. Por respeto y por admiración  nunca le pregunté por qué lo hacía y mucho menos que era lo que hacía para conseguir el dinero que demandaba mi educación. Eso sería como si la Cenicienta cometiera la indelicadeza de preguntarle a su Hada Madrina ¿por qué? ¿por qué a mí? Todo el encanto podía rodar por el piso y la dulzura de la promesa se tornaría distante, ajena
Mi compromiso era no defraudarlo y con eso ya tenía suficiente.

¡Vaya, las cosas que le pasan a uno!

Una madre que es también la amante y un hermano que  hace las veces de padre y a la vez es cuñado de la madrastra......curiosa manera de hacer un equipo para enfrentar las contingencia a que nos condena la pobreza.

Una noche llegó a casa conduciendo una motocicleta nuevecita. Sin decir más me ordenó
- “Súbase. Vamos a dar una vuelta”
Me llevó por toda la ciudad, conocí la parte elegante de la que me hablaban mis compañeros de clase...la ciudad de la gente bella,  jineteando en tandem un corcel de acero.
No se por qué pero me sentía poderoso. Volaba. Era como si el viento que me pegaba en el rostro, en el cuerpo, me pusiera alas. Volaba. Volábamos. Literalmente volábamos como dos águilas por la negrura de la noche, despoblando las aceras con el sonido del aleteo. Apagando las bombillas con las expresiones de júbilo
Regresamos a casa seguros y satisfechos por haber conocido los sitios de la gran ciudad que siempre nos fueron esquivos e ingratos. Al menos yo me sentía un vengador...¡Vaya tonto!
De repente nuestra vida cambió sin que yo atinara a dar una explicación. Hasta hoy

Quedamos de vernos temprano en las cercanías de la Universidad. No llegó Cosa rara en él. Siempre llegaba y antes de la hora fijada. Era su distintivo
Lo esperé un par de horas, luego me fui caminando por ahí...sin rumbo.
Me detuve en una caseta para comprar un cigarrillo...Entonces ahí. En una radio escuché su nombre....su  nombre y su apellido  “Dados de baja tres antisociales que intentaban robar una sucursal del Banco de....Uno de los antisociales identificado como.....y al parecer el cabecilla del grupo delincuencial se encuentra gravemente herido en el lugar de los acontecimientos....”

¡No puede ser él!
¡El no haría eso! ¡No puede ser él ¿Cuántas personas se llaman de la misma manera? ¡Eso es. Es otro!

Lo que me inquietaba era el hecho de que ahora mismo debía estar conmigo y no estaba,
Tomé un taxi y me dirigí al lugar señalado en la radio para salir por fin de toda duda.

¡No es él. No puede ser él!.

-“¡Rápido señor, es de vida o muerte!”

¡No es él. No puede ser él!.

Centenares de curiosos rodaban el cuerpo de los presuntos delincuentes  

¡No puede ser él!
- ¿El herido? ¿Dónde está el herido?
-  Está allá, en esa droguería. Esperan una ambulancia
A codazos y trompadas me abrí paso entre la gente y llegué al sitio
- ¿El herido?
-          Murió
-          ¡No. Déjenme verlo!. ¡Quiero verlo!
Una mano se plantó en mi hombro
-          ¡Qué pasa, doctor? ¿Es amigo suyo? Reconocí esa voz. Volví a vivir
Me sentía culpable por haber pensado que...Lo abracé y lo besé como se hace con un padre que vuelve de la guerra, lo volvía a abrazar sin que me importaran las murmuraciones. Sorprendido se separó de mis brazos y me miró interrogante:
-          ¡Es que te quiero...pendejo!
-          ¡Y yo a ti, doctor!

III

Tres horas más tarde esas mismas palabras mías se iban a repetir en otro lugar......sólo que sin respuesta
Un puñal hizo bis en su pecho de hombre bueno, porque se negó a entregar lo que con tanto esfuerzo había ganado.

Ven...¡Cómo es la vida!

-¡Por favor!. No lo toquen Dejen que yo ponga mi oído cerca de su boca. Dejen que la esperanza me deje oir una vez más:

- ¡Y yo a ti, doctor!



Bogotá Mayo, 2009

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