miércoles, 31 de octubre de 2018

Petronio, novelista - Marcel Schwob (Vidas imaginarias)



PETRONIO
Novelista

Nació en los días en que saltimbanquis vestidos con trajes verdes hacían pasar a cerditos amaestrados por aros de fuego; cuando porteros barbudos, con túnica cereza, desgranaban legumbres en una bandeja de plata, delante de los mosaicos galantes a la entrada de las quintas; cuando los libertos, llenos de sestercios, maniobraban en las ciudades de provincia para obtener cargos municipales; cuando los rapsodas, a los postres, cantaban poemas épicos; cuando el lenguaje estaba relleno de vocablos de ergástulo y redundancias ampulosas venidas de Asia.
Su infancia transcurrió entre elegancias como esas. No se ponía dos veces seguidas una lana de Tiro. La platería que caía en el atrio se hacía barrer junto con la basura. Las comidas estaban compuestas por cosas delicadas e inesperadas y los cocineros variaban sin cesar la arquitectura de las vituallas. No había que asombrarse si al abrir un huevo se encontraba una pasa de higo, ni temer cortar una estatuilla imitación de Praxíteles esculpida en foiegras. El yeso que tapaba las ánforas estaba diligentemente dorado.
Cajitas de marfil indio encerraban perfumes ardientes destinados a los convidados. Los aguamaniles estaban perforados de diversas maneras y llenos de aguas coloreadas que sorprendían al surgir. Toda la cristalería representaba monstruosidades irisadas. Al asir ciertas urnas las asas se rompían en los dedos y los flancos se abrían para dejar caer flores artificiales pintadas. Pájaros de África de cabeza escarlata cacareaban en jaulas de oro. Detrás de rejas incrustadas en las ricas paredes de las murallas, chillaban muchos monos de Egipto que tenían caras de perro. En receptáculos preciosos reptaban animales delgados que tenían flexibles escamas rutilantes y ojos con rayas de azur.
Así Petronio vivió blandamente, pensando que hasta el aire que aspiraba había sido perfumado para su uso. Cuando hubo llegado a la adolescencia, luego de haber encerrado su primera barba en un cofre ornado, comenzó a mirar alrededor de él. Un esclavo cuyo nombre era Siro, que había servido en el circo, le enseñó cosas desconocidas. Petronio era pequeño, negro y bizqueaba de un ojo. No era de ningún modo de raza noble. Tenía manos de artesano y un espíritu culto. De ahí que le fuese placentero darles forma a las palabras e inscribirlas. Estas no se parecían en nada a lo que los poetas antiguos habían imaginado. Porque se esforzaban por imitar a todo lo que rodeaba a Petronio. Y no fue sino más tarde cuando tuvo la fastidiosa ambición de componer versos.
Conoció entonces a gladiadores bárbaros y charlatanes de feria, hombres de miradas oblicuas que parecían echar el ojo a las legumbres y descolgaban pedazos de carne, niños de cabellos rizados que paseaban a senadores, viejos parlanchines que discurrían sobre los asuntos de la ciudad en las esquinas, lacayos lascivos y rameras advenedizas, vendedores de frutas y patrones de albergues, poetas lamentables y sirvientas picaras, sacerdotisas equívocas y soldados errantes. Fijaba en ellos su ojo bizco y captaba con exactitud sus modales y sus intrigas. Siro lo llevaba a los baños de esclavos, a las celdas de las prostitutas y a los reductos subterráneos donde los figurantes de circo se ejercitaban con sus espadas de madera. A las puertas de la ciudad, entre las tumbas, le confió las historias de los hombres que cambian de piel, que los negros, los sirios, los taberneros y los soldados guardianes de las cruces de tortura se pasaba» de boca en boca.
Alrededor de los treinta años, Petronio, ávido de esa libertad diversa, comenzó a escribir la historia de esclavos errantes y disipados. Reconoció sus costumbres en medio de las transformaciones del lujo; reconoció sus ideas y su lenguaje en medio de las conversaciones elegantes de los festines. Solo ante su pergamino, apoyado en una mesa olorosa de madera de cedro, dibujó con la punta de su cálamo las aventuras de un populacho ignorado. A la luz de sus altas ventanas, bajo las pinturas de los artesones, imaginó las antorchas humeantes de las hosterías y ridículos combates nocturnos, molinetes de candelabros de madera, cerraduras forzadas a hachazos por esclavos de la justicia, camastros grasientos recorridos por chinches y recriminaciones de procuradores de islote en medio de aglomeraciones de pobre gente vestida con cortinas desgarradas y trapos sucios.
Se dice que cuando acabó los dieciséis libros de su invención, mandó llamar a Siro para leérselos, y que el esclavo reía y gritaba muy fuerte golpeando sus manos. En ese momento maquinaron el proyecto de llevar a la práctica las aventuras compuestas por Petronio. Tácito refiere mentirosamente que Petronio fue arbitro de la elegancia en la corte de Nerón y que Tigelino, celoso, le hizo enviar la orden de muerte. Petronio no se desvaneció delicadamente en una bañera de mármol, murmurando versitos lascivos.
Huyó con Siro y terminó su vida recorriendo los caminos.
Su apariencia le permitía disfrazarse con facilidad.
Siro y Petronio cargaron un poco cada uno el pequeño saco de cuero que contenía sus enseres y sus denarios. Durmieron a la intemperie, junto a los túmulos de las cruces.
Vieron brillar tristemente en la noche las pequeñas lámparas de los monumentos fúnebres.
Comieron pan agrio y aceitunas blandas. No se sabe si volaron. Fueron magos ambulantes, charlatanes de campaña y compañeros de soldados vagabundos. Petronio olvidó completamente el arte de escribir tan pronto como vivió la vida que había imaginado. Tuvieron jóvenes amigos traidores a los que amaron, y que los abandonaron en las puertas de los municipios quitándoles hasta su último as. Se entregaron a toda clase de desenfrenos con gladiadores evadidos. Fueron barberos y mozos de baños.
Durante varios meses vivieron de panes funerarios que sustraían de los sepulcros.
Petronio aterrorizaba a los viajeros con su ojo opaco y su negrura que parecía maliciosa.
Desapareció una noche. Siro pensó que lo encontraría en una celda roñosa donde habían conocido a una ramera de cabellera enredada. Pero un carnicero ebrio le había hundido una ancha hoja en el pescuezo, cuando yacían juntos, a campo raso, en las losas de una sepultura abandonada.

martes, 30 de octubre de 2018

Woody Allen - Para acabar con los regímenes de bajas calorías



Para acabar con los regímenes de bajas calorías
Reflexiones de un sobrealimentado


(Después de leer a Dostoievsky y una nueva revista de dietética durante el mismo viaje en avión.)

Soy gordo. Soy asquerosamente gordo. Soy el ser humano más gordo que conozco. Lo único que tengo es exceso de peso en todo el cuerpo. Tengo los dedos gordos. Tengo las muñecas gordas. Mis ojos son gordos. (¿Puedes imaginar ojos gordos?) Tengo muchos kilos de más. Se desparrama la carne sobre mí como el chocolate caliente encima de un helado. Mi cintura es motivo de asco para todos los que me miran. No hay la más mínima duda, soy lo que se dice un montón de grasa. Quizá, pregunte el lector, ¿hay ventajas o desventajas en tener forma de planeta? No es mi intención hacerme el gracioso o hablar con paradojas, pero debo contestar que la gordura en sí está por encima de la moral burguesa. Simplemente se trata de gordura. Que la gordura pueda tener un valor en sí, que la gordura pueda ser, pongamos por caso, mal vista o lamentable, es, por supuesto, una broma. ¡Qué absurdo! Porque, después de todo, ¿qué es la gordura si no una acumulación de kilos? ¿Y qué son los kilos? Simplemente un compuesto agregado de células.
¿Acaso una célula puede ser moral? ¿Está una célula más allá del bien y del mal? ¿Quién sabe? ¡Son tan pequeñas! No, amigo, jamás debemos tratar de distinguir entre una gordura buena o mala. Debemos acostumbrarnos a considerar al obeso sin emitir juicios, sin pensar: «la gordura de este hombre es una gordura de primera categoría» o «la de este pobre diablo es lamentable».
Consideremos el caso de K. Era un tipo porcino hasta el punto de que no podía pasar por el marco normal de una puerta sin la ayuda de una palanca. Es cierto que a K. no se le ocurría pasar de una habitación a otra en una vivienda convencional sin desnudarse antes completamente y luego untarse con mantequilla. Imagino los insultos que debe de haber sufrido K. por parte de pandillas de jóvenes groseros. ¡Con qué frecuencia deben haberle llamado a gritos «globo terráqueo» o «ballena»! ¡Qué humillación debió ser para él que el gobernador de su estado se dirigiera a él, en la víspera de la fiesta de San Miguel, y le interpelara delante de los dignatarios  «¡Usted, el gordo, esa inmensa olla de canelones!».
Entonces, un día, cuando K. no pudo ya soportar esa situación, se puso a régimen. ¡Sí, a régimen! Primero sacrificó los dulces. Luego, el pan, el alcohol, las féculas, las salsas. En suma, K. sacrificó el relleno que hace que un hombre no pueda atarse los zapatos sin la ayuda de los Hermanos Santini. Poco a poco empezó a adelgazar. Cayeron los pliegues de carne de los brazos y de las piernas. Y allí donde había parecido como un gato castrado, ahora, de pronto, aparecía normal. Sí, incluso atractivo. Parecía el más feliz de los mortales.
Digo «parecía», porque, dieciocho años más tarde, cuando estaba con un pie en la tumba y la fiebre le convulsionaba el delgado esqueleto, se le oyó decir: «¡Mi gordura! ¡Que me devuelvan mi gordura! ¡Oh, por favor! ¡Quiero mi gordura! ¡Oh, que alguien me regale un poco de peso! ¡Qué tonto he sido! ¡Abandonar mi gordura! ¡Debo haber caído en las garras del Demonio!».. Pienso que la moraleja de la historia es obvia.
Ahora, quizás el lector esté pensando: «¿Por qué, si eres más obeso que un cerdo, no te has metido en un circo?». Porque (y lo confieso con no poca vergüenza) no puedo salir de casa. No puedo salir porque no puedo ponerme los pantalones. Mis piernas son demasiado gordas. Son el resultado viviente de la absorción de tanto corned-beef como el que hay en La Pampa. Diría que alrededor de doce mil sandwiches por pierna. Y no todos de carne magra, aunque así los pedí. Una cosa es cierta: si mi gordura hablara, quizás hablaría de la inmensa soledad del hombre... con, ¡oh!, tal vez unas indicaciones adicionales para la confección de barquitos de papel, pero eso ya no es tan seguro. Cada gramo de mi cuerpo desea con todas sus fuerzas enviar un mensaje al mundo. Mi gordura es una gordura extraña. Ha visto de todo. Sólo mis pantorrillas han vivido ya toda una vida. La mía no es una gordura feliz, pero es real. No es una gordura falsa. Lo peor que puedes tener es una gordura falsa, aunque no sé si aún está a la venta.
Pero déjame decirte cómo pasé a ser gordo. Porque no siempre fui gordo. La Iglesia me ha hecho así. En un tiempo era delgado, bastante delgado. De hecho, tan flaco que llamarme gordo hubiera sido un evidente error de percepción. Seguí flaco hasta el día (pienso que fue cuando cumplí veinte años) en que estaba tomando té y bizcochos con un tío mío en un buen restaurante. De improviso mi tío me sorprendió con una pregunta: «¿Crees en Dios? Si crees en El, ¿cuánto crees que pesa?». Después de estas palabras, aspiró de su cigarro una profunda y prolongada bocanada y, con ese modo intimista y confiado que cultivaba, prorrumpió en un ataque de tos tan violento que pensé que sufriría una hemorragia.
—No creo en Dios —le dije—, porque, si existe un Dios, entonces, dime, tío, ¿por qué existe la pobreza y la calvicie? ¿Por qué algunos hombres pasan por la vida inmunes a mil enemigos mortales de la especie y otros pescan unas gripes que duran semanas enteras? ¿Por qué tenemos los días contados y no clasificados por orden alfabético? Contéstame, tío. ¿O es que te he dejado perplejo?
Sabía que estaba a buen resguardo porque no había nada que pudiera sorprender a ese hombre. Habría podido haber visto sin chistar cómo los turcos violaban a la madre de su maestro de ajedrez. El incidente le hubiera parecido divertido aun cuando encontrase que le había hecho perder demasiado tiempo.
—Querido sobrino —me dijo—, hay un Dios, pese a lo que piensas, y El está en todas partes. ¡Así es! ¡En todas partes!
—¿En todas partes, tío? ¿Cómo puedes decir eso cuando ni siquiera sabes seguro que existe? Es verdad que en este momento te estoy tocando la verruga, pero ¿acaso no podría tratarse de una ilusión? ¿Acaso toda la vida no podría ser una ilusión? Por cierto, ¿no existen acaso ciertas sectas de santones en Oriente que están convencidos de que nada, existe fuera de sus mentes con la excepción de la marisquería de la esquina? Simplemente, ¿no será que estamos solos y a la deriva, sin esperanza de salvación ni la menor posi¬bilidad de nada, salvo la miseria, la muerte, y la vacía realidad de la nada eterna?
Pude comprobar que le había causado una profunda impresión con mi discurso porque me dijo:
—¿Y aún te sorprendes de que no te inviten a más fiestas? ¡Es que llevas un morbo encima que asusta!
Me acusó de nihilista y luego dijo en ese tono sentencioso que adoptan los viejos:
—Dios no siempre está donde uno lo busca, pero te aseguro querido sobrino, que El está en todas partes. En estos bizcochos por ejemplo.
Con esas palabras, se retiró dejándome su bendición y con un cuenta que parecía la lista de víveres de un portaaviones.
Regresé a casa preguntándome lo que había querido decir con esa simple declaración: «El está en todas partes. En estos bizcochos, por ejemplo». Mareado y de mal humor, me eché en la cama y dormí una corta siesta. En ese momento, tuve un sueño que me cambió la vida para siempre. En el sueño, yo caminaba por el campo cuando, de pronto, me daba cuenta de que tenía hambre. Estaba muerto de hambre, si prefieres. Llegué a un restaurante y entré. Pedí un sandwich caliente de roast-beef y una ración de patatas fritas. La camarera, que se parecía a mi portera (una mujer absolutamente insípida que recuerda un montón de líquenes peludos), me insinuó que pidiera una ensaladilla de pollo que no parecía recién hecha. Mientras conversaba con esa mujer, ella se convirtió en un juego de cubiertos de veinticuatro piezas. Me puse histérico de risa, de pronto me
deshice en lágrimas y pesqué una seria infección en el oído. La habitación se inundó de un brillo radiante y vi que se aproximaba una figura fulgurante en un corcel blanco. Era mi callista y caí al suelo convulsionado por un sentimiento de culpabilidad.
Así fue mi sueño. Me desperté con una tremenda sensación de bienestar. De improviso, me sentí optimista. Todo estaba claro. Las palabras de mi tío repercutieron en lo más profundo de mi ser. Me dirigí a la cocina y empecé a comer. Devoré todo lo que había a la vista. Pasteles, panes, cereales, carne, frutas. Chocolates suculentos, verduras con salsa, vinos, pescado, cremas y pastas, merengues y salchichas, superando con mucho los sesenta mil dólares. Si Dios está en todas partes, había sido mi conclusión, entonces también está en la comida. Por consiguiente, cuanto más tragara, más santo sería. Llevado por este nuevo fervor religioso, me cebé como un condenado. En seis meses, era el más santo de todos los santos, con un corazón completamente dedicado a la oración y un estómago que, él sólito, cruzaba la frontera estatal. La última vez que me vi los pies fue una mañana de martes en Vitebsk, aunque, según creo, aún están allí abajo. Comí y comí y crecí y crecí.. Adelgazar hubiera representado la peor de las locuras. ¡Hasta un pecado! Porque, cuando perdemos diez kilos, querido lector (y supongo que no tienes mis dimensiones), ¡quizás estemos perdiendo los mejores diez kilos que tenemos! Quizás estemos perdiendo los kilos que contienen nuestro genio, nuestra humanidad, nuestro amor y nuestra honradez. (Excepto en el caso de un inspector que conozco que sólo perdió unos pocos michelines alrededor de la cin¬tura.)
Sé muy bien lo que vas a decirme. Dirás que esto está en completa contradicción con todo, sí, con todos los principios que antes enuncié. ¡De pronto, va y atribuyo valores a esta carne nuestra que no es más que eso: carne! Sí, ¿y qué? ¿Acaso la vida no está hecha de ese mismo tipo de contradicciones? La opinión que uno tenga de la gordura puede cambiar del mismo modo que cambian las estaciones, que se nos cambia el pelo, que cambia la misma vida. Porque la vida es cambio y la gordura es vida y la gordura también es muerte. ¿No te das cuenta? ¡La gordura lo es todo! A menos, por supuesto, que tengas demasiada.


















sábado, 27 de octubre de 2018

Esperanza - Fermín Hood (Sin horizonte)




ESPERANZA
  
El caminante solitario
perdido en las arenas
bebe lágrimas de pesadumbre...

Levanta la mirada
pone dos dedos sobre sus labios
y saluda
el vuelo del águila.


viernes, 26 de octubre de 2018

Soledad y locura - Fermín Hood - ("Veneno generoso")


SOLEDAD  Y LOCURA


Por siempre....siempre en la memoria del cuarto.

Siempre viva, siempre luna, siempre canción.

Como un fantasmita
tu aletear de mariposa herida; como un sueño
oculto en el sabor de la despedida
y en el encanto de la palabra esquiva;
Como una sonrisa
poniéndole acento
a los gestos y a las sombras.

!Ay, María D.!.. por siempre ufana
trepada en el vuelo de un ave
que viaja de paraíso en paraíso.

Esta noche
te buscaré entre las ruinas
de las copas amargas
y la selva de humo
que substituye los silencios

Te hallaré, loca cigana
y dejarás que sobre tu hombro
descanse mi fatiga
y tu boca será el origen de una sonrisa nueva;
buscaremos el supremo motivo
o lo perderemos todo en el intento
o pondremos la noche al alcance
de nuestros dedos.

Nos miraremos como cómplices
nos quitaremos la máscara
nos daremos muchos besos
y nos diremos hasta luego,
no importa
que solo seas un recuerdo
y yo
un payaso prisionero
que coinciden en la penumbra.




jueves, 25 de octubre de 2018

Más allá - Fermín Hood (Cuentos anómalos del litoral)



MAS ALLA

Primero la estancia se llenó de llanto. Luego de maledicencias.

No faltaron los chistes escatológicos, los abrazos hipócritas y las risas mal disimuladas.

El desfile de rostros compungidos; de rostros de circunstancias……y la mayoría de los rostros ocultando la satisfacción de expresar ese par de palabras lapidarias: “Al fin”

Luego, alternativas de silencio alternando con la voz de un santo varón clamando súplicas de resignación y abriendo las puertas al cielo.
Otra vez, llantos menudos.
Y oscuridad, mucha oscuridad.

A mí me interesaba al principio; luego decidí que lo mejor era dejar las cosas como estaban.
Al fin y al cabo era mi funeral.

¡Toda la alegría me pertenecía!

                                                                                       Santa Marta, febrero de 2008

miércoles, 24 de octubre de 2018

Eccehomo Rubiano - Fermín Hood (Cuentos anómalos del litoral)




ECCEHOMO RUBIANO

Eccehomo Rubiano, obrero pobre como el que más; nacido en Colombia, por ventura; con una suerte de perros que llegó a atemorizar a sus ocasionales acompañantes…decidió como último recurso fundar una iglesia o mejor dicho, una secta religiosa de carácter abierto.

Y manos a la obra.

En un país de crédulos, por ventura Colombia, el auto proclamado pastor Eccehomo Rubiano, prosperó, se hizo multimillonario y hasta se le atribuyeron un par de milagros..….pero…como no hay final feliz…..”esa perra suerte que te persigue”….Eccehomo Rubiano terminó crucificado por el sistema Upac.


                                                                                       Santa Marta, enero de 2008

lunes, 22 de octubre de 2018

No era Superniña - Fermín Hood




NO ERA SUPERNIÑA

No era Superniña.

Apagaba cirios
con su llanto;
hacía floreces bosques
con su sonrisa;
hacía caer el rocío
con sus susurros;
hacía palidecer a la luna
con su belleza;
deshacía cárceles
con su cuerpo;
despertaba mundos
con su canto
tejía ensueños
con sus manos.

No era Superniña
pero él.....
él.....quería ser poeta.


sábado, 20 de octubre de 2018

Borges y yo



Borges y yo

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. 
Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.


viernes, 19 de octubre de 2018

Fermín Hood - (Fragmento de "Demolition")





DEMOLITION  (Fragmento)

Fui
un hombre pobre mas no un pobre hombre.

Fui una sombra que saltaba en la noche
para robarle palabras al silencio,
al canto de los gallos
y al temor de los ladrones;
hijo de águila y de serpiente
a veces reptaba
pero me gustaba más volar.

Fui pequeño y risueño inventor de sueños,
le hacía cocos a la esperanza
rascándome la panza frente al sol.
Fui el tipo de la mirada firme y
algunos pasos vacilantes....
Balbuceador de la verdad,
oteador de horizontes y libertades.

El inconforme perfecto:
Lleno de silencios
repleto de gritos
Un  aprendiz de  mártir
que no temía a los leones.

Perdónenme
¡No fui más!

jueves, 18 de octubre de 2018

Me tienes en tus manos - Jaime Sabines


ME TIENES EN TUS MANOS


Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.

Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.

Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.

A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.

¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.

Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Aunque la vi llorar - Fermín Hood (Loveless)



AUNQUE LA VI  LLORAR


Aunque la vi llorar
mantuve quieto mi pañuelo....

Sobre su espalda, en morral de militar
diez años de pertenencias y ausencias.
Su boca, en trances de negar un beso
    y de decir adiós.

Eso era todo.
Luego, silencio

Se alejó paso tras paso
por la calle empedrada
sin mirar atrás,
para siempre.

Mis ojos la persiguieron,
la acompañaron hasta la esquina
como hacían siempre.
La vieron desaparecer,
hacerse humo
mientras yo me hacía lágrima.

Sólo entonces supe que la amaba
   no por que fuera linda
   no por que fuera sabia
sino por compartir conmigo
tantos años de demencia.


Alquimia del verbo - Arthur Rimbaud



Delirios II  - Alquimia del verbo (Arthur Rimbaud)

A mí. La historia de una de mis locuras.


Desde hace largo tiempo me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y me resultaban irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.
Yo amaba las pinturas idiotas, arriba de las puertas, los decorados, los lienzos de saltimbanquis, los letreros, las iluminaciones públicas; la literatura anticuada, el latín de la iglesia, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestras abuelas, los cuentos de hadas, libritos de la infancia, las óperas viejas, los estribillos cursis, los ritmos ingenuos.
Fantaseaba con cruzadas, viajes de descubrimientos de los cuales no hay crónica alguna, repúblicas sin historia, guerras religiosas asfixiadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los sortilegios.
¡Inventé el color de las vocales! - La A negra, la E blanca, la I roja, la O azul, la U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante, y, con ritmos instintivos, me complacía al inventar un verbo poético accesible, un día u otro, con todos los sentidos. Tenía reservada la traducción.
Esto fue abordado sólo como un estudio. Escribía silencios, noches, captaba lo inexpresable. Petrificaba vértigos.
Alejado de aves, rebaños, muchachas
/pueblerinas,
¿Qué bebía de rodillas en aquel brezo
Circundado por bosques tiernos de
avellanos,
En la niebla de la tarde tibia y verde?

¿Qué podía beber en aquel joven Oise,
- ¡Olmos sin voz, hierba sin flores, cielo
cubierto!-
Beber de aquellos recipientes amarillos,
lejos de mi cabaña
¿Querida? Algún licor de oro de los que
hacen sudar.

Parecía un letrero sospechoso de albergue.
- Una tempestad vino persiguiendo al cielo.
En el crepúsculo
El agua del bosque se perdía en las arenas
vírgenes,
El viento de Dios tiraba témpanos a los
charcos;

Llorando, yo veía el oro - y no pude
beber.-

A las cuatro de la mañana, en el estío,
El sueño del amor todavía resiste.
Bajo los arbustos se evapora
El aroma de la fiesta crepuscular.

Allá, en su vasto taller
Bajo el sol de las Hespérides,
Se agitan ahora -en mangas de camisa-
Los carpinteros.

En sus Desiertos de musgo, tranquilos,
Preparan los preciados revestimientos
Donde la urbe
Impostará falsos cielos.

Oh, por estos Obreros encantadores,
Súbditos de un rey de Babilonia,
¡Venus! apártate un instante de los
amantes
Y de sus almas coronadas.

Oh Reina de los pastores,
Llévale a los trabajadores el
aguardiente,
Para que descansen sus fuerzas
Esperando el baño en el mar del
mediodía.

La antigüedad poética tomó buena parte de mi alquimia del verbo.
Me habitué a la alucinación simple: veía, verdaderamente una mezquita en el lugar de una fábrica, una escuela de tambores integrada por ángeles, carruajes sobre las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil exhibía espantosidades delante de mí.
¡Después expliqué los sofismas mágicos con la alucinación de las palabras!
Acabé por juzgar sagrado el desorden de mi espíritu. Estaba ocioso, presa de una fiebre agotadora: envidiaba la felicidad de los animales, - ¡a las orugas, que representaban la inocencia de los limbos, a los topos, el sueño de la virginidad!
Mi carácter se volvía agrio. Le decía adiós al mundo con ciertas especies de romances:

Canción de la torre más alta
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.
Fui tan paciente
Que para siempre olvidé.
Miedos y sufrimientos
A los cielos han partido.
Y y la sed malsana
Oscurece mis venas.
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.

Igual que la pradera,
Llbrada al olvldo
Grandiosa y florecida
De incienso y cizaña,
Bajo el repiqueteo feroz
De las moscas mugrientas.

Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.

Amé el desierto, los vergeles arruinados, las tiendas desvaídas, los brebajes tibios. Trajinaba por las callejas fétidas y, con los ojos cerrados, me entregaba al sol, dios del fuego.
General, si aún sobrevive un viejo cañón sobre tus murallones en ruinas, bombardéanos con bloques de tierra seca. ¡A las vidrieras de los espléndidos negocios! ¡A los salones! Haz masticar su polvareda a la urbe. Oxida las gárgolas. Ensucia los tocadores con polvo de rubí ardiente ...
¡Oh, el mosquito embriagado del meadero del albergue, enamorado de la borraja, y que es disuelto por el rayo!

Hambre
Si tengo gusto por alguna cosa
Es por la tierra y las piedras.
Siempre me alimento del aire,
De las rocas, de los carbones, del hierro.

Hambres mías, giren. Pasten, hambres,
El prado de los sonidos.
Atraigan el veneno gozoso
De las enredaderas.

Carcoman los pedruscos
resquebrajados,
Las viejas piedras de iglesias,
Los guijarros de viejos diluvios,
Panes sembrados en los valles grises.

El lobo aullaba bajo las hojas
Desechando las bellas plumas
De su banquete de aves:
Como él me consumo.

Las verduras, las frutas
Esperan la cosecha,
Pero la araña del cerco
No come sino violetas.

¡Que yo me duerma! que yo hierva
En los altares de Salomón.
El caldo irrumpe sobre la herrumbre
Y se mezcla con el Cedrón.

Finalmente, oh dicha, oh razón, descarté del cielo el azur, que integra lo negro, y viví, como un destello de oro de la luz natural. Por el gozo, asumí una expresión tan bufonesca y extraviada como era posible:

¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.

Alma mía eterna,
Cumple tu promesa
A despecho de la noche solitaria
Y el día ardiente.

¡Te deshaces, por lo tanto,
De los sufragios humanos,
De los arrebatos comunes!
Vuelas según ...

Jamás la esperanza.
Nada nacerá.
Ciencia y paciencia,
El suplicio es seguro.

No más días siguientes,
Brasas de satén,
El ardor de ustedes
Es el deber.

¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.

Devine una ópera fabulosa: vislumbré que en todos los otros pesa una fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino un modo de malgastar cualquier fuerza, un enervamiento. La moral es la debilidad del cerebro.
A cada uno de los otros, muchas otras vidas me parecían destinadas. Ese señor no sabe lo que hace: es un ángel. Esa familia es una descendencia de perros. Delante de muchos hombres, conversé muy alto con un momento de una de sus otras vidas. De este modo, amé a un cerdo.
Ninguno de los sofismas de la locura, -la locura que nos enferma- está olvidado para mí: podría repetirlos todos, tengo un sistema.
Mi salud fue amenazada. El terror me sobrecogía. Me sepultaba en sueños durante muchos días, y, levantado, continuaba con sueños más tristes. Estaba preparado para la mutación, y por una ruta de peligros mi debilidad me guiaba a los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos.
Debí viajar, distraer los encantamientos ensamblados sobre mi cerebro. Sobre el mar, que yo amaba como si él debiera limpiar mis manchas, veía elevarse la cruz consoladora. Yo había sido condenado por el arco iris. La dicha era mi fatalidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para hacerla devota de la fuerza y de la belleza.
¡La dicha! Su dentellada, dulce a morir, me advertía al canto del gallo, - ad matutinum (A la mañana), a la hora del Christus venit (Cristo llega), - en las urbes más sombrías:

¡Oh estaciones, oh castillos!
¿Qué alma existe sin defectos?
Hice el estudio mágico
De la Dicha, que ninguno evita.

Salud a él, cada vez
Que cante el gallo galo.

¡Ah! No tengo más envidia:
Él se hizo cargo de mi vida.

Este encanto atrapó alma y cuerpo
Y dispersó los esfuerzos.
¡Oh estaciones, oh castillos!

La hora de su huida, ¡ay!
Será la hora de la mutación.
¡Oh estaciones, oh castIllos!

Todo esto ha pasado. Sé hoy saludar a la belleza.