
RECAIDA
(Al loco Luis, in
memorian)
Esto que estoy contando
ocurrió hace ya varios años. Luego del reconocimiento público de “yo tengo un problema”, a que nos someten para poder ayudarnos y en
vista de lo inicuo e ineficaz del escarnio, decidí yo mismo hallar el modo de salir
del atolladero y sin asesoría de esos especialistas en algo que siempre
fracasan, e inicié un proceso de desintoxicación.
Alguien muy querido y
cercano me había advertido acerca de los riesgos y recuerdo que puntualizó en
ciertas dificultades que podían presentarse en la parte final del proceso. Yo
no le puse mucha atención a eso porque quería demostrarme lo capaz que soy para
salir del barro.
La
motivación de este proceso no era otra sino la idea de comenzar una nueva vida
alejado de los vicios, de convertirme en un ser útil a la sociedad, de hallar
sentido en una vida regocijante para mí y mis allegados, de una vida de
cándidas celebraciones, de cumpleaños en familia, de sutileza en amores, de
finanzas pobres pero honradas, de errores fácilmente perdonados, de aciertos
dignos de encomio, de música sana, de libros edificantes, tal vez altas
posiciones en el estado logradas con mero esfuerzo y mérito propio….de eternas
satisfacciones y tristezas pasajeras.
En
fin, la vida soñada por los dueños de la verdad.
La vida del santo que
soñó mi madre para mí…….pero algo pasó.
Recuerdo muy bien el día
en el que inicié el tratamiento y en la premisa, que producto de un estado desesperado,
elegí como caballito de batalla: “O me acabo de joder o te olvido”
Y es que la realidad se
estaba manifestando con claridad. El veneno me estaba haciendo dependiente en
grado superlativo y me la quería jugar todo en una sola carta. Morir siendo su
esclavo o independizarme y rehacer mis fronteras.
Me propuse como duración
del tratamiento la totalidad de un mes y cumplirlo a cabalidad como para
demostrarme que aún mi voluntad tenía algo de credibilidad. Y que la voluntad
era la mía y no la de los socorridos terapeutas que ven en el enfermo por el
vicio un lucrativo blanco, indefenso,
abúlico.
El mes comenzaría a ser
contado luego una experiencia previa de tres días en los que tenía que perder
el control y abusar y excederme en el consumo del veneno en todas sus formas y
presentaciones.
Fumé, olí, bebí, pinché
mis brazos…no comía nada
Luego de tres días de
excesos, la consigna era reposo y encierro absoluto durante un mes. Y cumplí.
El mes tenía treinta y un
días y el día treinta y uno me sentí bien. Me sentí curado hábil para salir a dar un paseo por esa Bogotá
que a fuerza de andar siempre en vuelo….ya había olvidado. Me afeité, me bañé y
hasta me puse perfume y salí a respirar de nuevo los aires de la ciudad que me
puteo, pero con la firme intención de verla con ojos nuevos, con los ojos del
turista desprevenido.
Pero
tremendo fue mi desconcierto al empezar a notar como todos los transeúntes
parecían alucinados, todo movían la cabeza en un ritmo frenético que parecía
fueran a desprenderse de sus troncos….cuellos elásticos, ahilándose y
agigantándose cada respiración; todos los ojos nadaban en salsa de tomate (y
conociendo un poco la historia del país podría aventurarme un “todos los ojos
nadaban en sangre”); todos, hombres, mujeres, niños babeaban como perros
enfermos y la baba caía sobre el asfalto como una lluvia corta y espumosa, como
la meada de un caballo. Hasta los automóviles en las calles hacían cabriolas y
hacían sonar sus bocinas hasta extremos infernales.
Grité
y grité tanto como para desgarrarme el alma; desesperé, corrí, corrí como un
poseso…lloré y terminé parado en un edificio alto con puerta de cristal. Me vi
de cuerpo entero en ese espejo sugerente y como la niña Lidell…decidí
atravesarlo.
El cristal cedió luego de
varios intentos, creo que me senté en un rincón y es posible que haya llorado
un poco más…
Perdí el sentido.
Ocho días dicen que
estuve internado en aquel hospital y la chequera de mi padre logró que no me
formularan cargos por vandalismo o daño en propiedad ajena….!Qué se yo!
Fue mucha la gente
que apareció por allí en plan de visita,
en plan de curiosidad o para descargar la conciencia con una obrita de
misericordia: “visitar al enfermito”
Casi todos me felicitaron por el tremendo esfuerzo que hiciste. No se si por un acuerdo con los médicos o porque no
les interesaba….nadie, a ninguno se le ocurrió preguntarme los pormenores de la
experiencia.
Nadie quería saber qué pasó durante ese horrible mes. ¿Sabían?
Y yo, recuperada mi
inteligencia concluí que lo hacían por
mera precaución terapéutica. No querían reabrir la herida.
Varios días ni pensé en
ello.
Pero yo necesitaba
hablar. Contarle al mundo de mis logros como autoterapista……; hablarle a la
juventud colombiana que aún hay esperanza, hablarles claro y contundente para
que un testimonio de tan primera mano pudiera persuadir a los curiosos de no
entrar en ese mundo tan dañino. Me sentía orgulloso de haberlo logrado y sentía
a mis cercanos tan orgullosos de mí…pero
no dejaban que hablara de eso….Y yo
quería.
Y lo hice
Empecé a frecuentar las
cafeterías de mi barrio donde iban algunos conocidos, los parques, los sitios
sanos y a la primera oportunidad que me daban hablaba sin parar de la
experiencia que me procuraba la única satisfacción en esta realidad tan
agobiada y doliente.
En pocas semanas todo el
barrio conocía, tergiversadas, todas mis
realidades durante ese mes. La saña con la que desvirtuaron mi mensaje solo es
comparable con la que hace muchos años justificaron la crucifixión de un
soñador.
Nada
de lo que les conté mantuvo fidelidad a los hechos. No tardaron en descalificar
mi recuperación y afirmaron que yo me jactaba entre otras cosas de “haberle
robado un beso en plena boca a la mismísima Virgen María, la madre del
Redentor”; de haber tenido una fructífera conversación con un eximio poeta de nombre Baudelaire quien me había
dicho…”Oh, señor, dame el valor y el coraje de contemplar mi cuerpo y mi alma
sin asco; de entablar una acalorada discusión con un doctor de la iglesia a
quien le endilgué todo responsabilidad por el dolor en esta tierra de Dios….Y
eso no es todo…..Dicen que yo dije que durante tres noches seguidas tuve un
amor platónico en mi cama…mientras afuera, otro amor, Greta Garbo se derretía
de los celos; de una noche en la que me convertí en bola de fuego y tuve que
dormir casi ahogándome en un platón lleno de agua; de una tarde en la que juré,
que mi cuerpo se desprendía de mi cabeza (no al contrario más lógico hasta para
el embuste) y salía por la ventana sin decir adiós; de la compasión que sentí
al ver el cuerpo de Judas Isacariote ahorcado en la lámpara de mi nochero y
otro montón de falsedades y exageraciones que el tiempo y la fragilidad de la
memoria han borrado. Eso quedó de mi testimonio, no lo que yo quería. Me volví
popular por lo que no quería…Muy popular.
Con el más completo
descaro se burlaban de mí, me gritaban loco y hasta los chiquilines empezaron a
arrojarme piedras y salir corriendo en cuanto me veían.
Volví a quedarme solo.
Por prevención tuve que encerrarme como en los viejos tiempo en los que mis
únicos amigos eran los libros que mamá no escondía en la casa.
Me sentía aislado,
humillado, desterrado
¿Qué hice mal?
Querer asimilarme a una
sociedad que lucha por causas nobles pero que no puede con su horrorosa
hipocresía. La hipocresía de los corderos.
Es por eso que estoy
escribiendo estás líneas completamente ebrio y alucinado por los nuevos venenos
y secando cada minuto una gota de sangre que cae sobre la mesa y que proviene
de una vena de mi brazo que aún tiene sangre.
Manizales,
noviembre 1981