miércoles, 23 de abril de 2025

"Recaída" - ("Textos anómalos" de Fernando Arias Alvarez)

 

                                   

RECAIDA

(Al loco Luis, in memorian)

Esto que estoy contando ocurrió hace ya varios años. Luego del reconocimiento público de “yo tengo un problema”,  a que nos someten para poder ayudarnos y en vista de lo inicuo e ineficaz del escarnio, decidí yo mismo hallar el modo de salir del atolladero y sin asesoría de esos especialistas en algo que siempre fracasan,  e  inicié un proceso de desintoxicación.

Alguien muy querido y cercano me había advertido acerca de los riesgos y recuerdo que puntualizó en ciertas dificultades que podían presentarse en la parte final del proceso. Yo no le puse mucha atención a eso porque quería demostrarme lo capaz que soy para salir del barro.

La motivación de este proceso no era otra sino la idea de comenzar una nueva vida alejado de los vicios, de convertirme en un ser útil a la sociedad, de hallar sentido en una vida regocijante para mí y mis allegados, de una vida de cándidas celebraciones, de cumpleaños en familia, de sutileza en amores, de finanzas pobres pero honradas, de errores fácilmente perdonados, de aciertos dignos de encomio, de música sana, de libros edificantes, tal vez altas posiciones en el estado logradas con mero esfuerzo y mérito propio….de eternas satisfacciones y tristezas pasajeras.

En fin, la vida soñada por los dueños de la verdad.

La vida del santo que soñó mi madre para mí…….pero algo pasó.

Recuerdo muy bien el día en el que inicié el tratamiento y en la premisa, que producto de un estado desesperado, elegí como caballito de batalla: “O me acabo de joder o te olvido”

Y es que la realidad se estaba manifestando con claridad. El veneno me estaba haciendo dependiente en grado superlativo y me la quería jugar todo en una sola carta. Morir siendo su esclavo o independizarme y rehacer mis fronteras.

Me propuse como duración del tratamiento la totalidad de un mes y cumplirlo a cabalidad como para demostrarme que aún mi voluntad tenía algo de credibilidad. Y que la voluntad era la mía y no la de los socorridos  terapeutas que ven en el enfermo por el vicio  un lucrativo blanco, indefenso, abúlico.

El mes comenzaría a ser contado luego una experiencia previa de tres días en los que tenía que perder el control y abusar y excederme en el consumo del veneno en todas sus formas y presentaciones.

Fumé, olí, bebí, pinché mis brazos…no comía nada

Luego de tres días de excesos, la consigna era reposo y encierro absoluto durante un mes. Y cumplí.

El mes tenía treinta y un días y el día treinta y uno me sentí bien. Me sentí curado  hábil para salir a dar un paseo por esa Bogotá que a fuerza de andar siempre en vuelo….ya había olvidado. Me afeité, me bañé y hasta me puse perfume y salí a respirar de nuevo los aires de la ciudad que me puteo, pero con la firme intención de verla con ojos nuevos, con los ojos del turista desprevenido.

Pero tremendo fue mi desconcierto al empezar a notar como todos los transeúntes parecían alucinados, todo movían la cabeza en un ritmo frenético que parecía fueran a desprenderse de sus troncos….cuellos elásticos, ahilándose y agigantándose cada respiración; todos los ojos nadaban en salsa de tomate (y conociendo un poco la historia del país podría aventurarme un “todos los ojos nadaban en sangre”); todos, hombres, mujeres, niños babeaban como perros enfermos y la baba caía sobre el asfalto como una lluvia corta y espumosa, como la meada de un caballo. Hasta los automóviles en las calles hacían cabriolas y hacían sonar sus bocinas hasta extremos infernales.

Grité y grité tanto como para desgarrarme el alma; desesperé, corrí, corrí como un poseso…lloré y terminé parado en un edificio alto con puerta de cristal. Me vi de cuerpo entero en ese espejo sugerente y como la niña Lidell…decidí atravesarlo.

El cristal cedió luego de varios intentos, creo que me senté en un rincón y es posible que haya llorado un poco más…

Perdí el sentido.

Ocho días dicen que estuve internado en aquel hospital y la chequera de mi padre logró que no me formularan cargos por vandalismo o daño en propiedad ajena….!Qué se yo!

Fue mucha la gente que  apareció por allí en plan de visita, en plan de curiosidad o para descargar la conciencia con una obrita de misericordia: “visitar al enfermito” Casi todos me felicitaron por el tremendo esfuerzo que hiciste. No se si por un acuerdo con los médicos o porque no les interesaba….nadie, a ninguno se le ocurrió preguntarme los pormenores de la experiencia.

Nadie quería saber qué  pasó durante ese horrible mes. ¿Sabían?

Y yo, recuperada mi inteligencia concluí que  lo hacían por mera precaución terapéutica. No querían reabrir la herida.

Varios días ni pensé en ello.

Pero yo necesitaba hablar. Contarle al mundo de mis logros como autoterapista……; hablarle a la juventud colombiana que aún hay esperanza, hablarles claro y contundente para que un testimonio de tan primera mano pudiera persuadir a los curiosos de no entrar en ese mundo tan dañino. Me sentía orgulloso de haberlo logrado y sentía a mis cercanos  tan orgullosos de mí…pero no  dejaban que hablara de eso….Y yo quería.

Y lo hice

Empecé a frecuentar las cafeterías de mi barrio donde iban algunos conocidos, los parques, los sitios sanos y a la primera oportunidad que me daban hablaba sin parar de la experiencia que me procuraba la única satisfacción en esta realidad tan agobiada y doliente.

En pocas semanas todo el barrio conocía, tergiversadas,  todas mis realidades durante ese mes. La saña con la que desvirtuaron mi mensaje solo es comparable con la que hace muchos años justificaron la crucifixión de un soñador.

Nada de lo que les conté mantuvo fidelidad a los hechos. No tardaron en descalificar mi recuperación y afirmaron que yo me jactaba entre otras cosas de “haberle robado un beso en plena boca a la mismísima Virgen María, la madre del Redentor”; de haber tenido una fructífera conversación con un eximio poeta  de nombre Baudelaire quien me había dicho…”Oh, señor, dame el valor y el coraje de contemplar mi cuerpo y mi alma sin asco; de entablar una acalorada discusión con un doctor de la iglesia a quien le endilgué todo responsabilidad por el dolor en esta tierra de Dios….Y eso no es todo…..Dicen que yo dije que durante tres noches seguidas tuve un amor platónico en mi cama…mientras afuera, otro amor, Greta Garbo se derretía de los celos; de una noche en la que me convertí en bola de fuego y tuve que dormir casi ahogándome en un platón lleno de agua; de una tarde en la que juré, que mi cuerpo se desprendía de mi cabeza (no al contrario más lógico hasta para el embuste) y salía por la ventana sin decir adiós; de la compasión que sentí al ver el cuerpo de Judas Isacariote ahorcado en la lámpara de mi nochero y otro montón de falsedades y exageraciones que el tiempo y la fragilidad de la memoria han borrado. Eso quedó de mi testimonio, no lo que yo quería. Me volví popular por lo que no quería…Muy popular.

Con el más completo descaro se burlaban de mí, me gritaban loco y hasta los chiquilines empezaron a arrojarme piedras y salir corriendo en cuanto me veían.

Volví a quedarme solo. Por prevención tuve que encerrarme como en los viejos tiempo en los que mis únicos amigos eran los libros que mamá no escondía en la casa.

Me sentía aislado, humillado, desterrado

¿Qué hice mal?

Querer asimilarme a una sociedad que lucha por causas nobles pero que no puede con su horrorosa hipocresía. La hipocresía de los corderos.

Es por eso que estoy escribiendo estás líneas completamente ebrio y alucinado por los nuevos venenos y secando cada minuto una gota de sangre que cae sobre la mesa y que proviene de una vena de mi brazo que aún tiene sangre.

Manizales, noviembre 1981





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