GUARDIOLA
Cada
vez que Emilio Guardiola salía de conquista el barrio entero…se enteraba.
Y
es que Guardiola, - ah, Guardiola-…tan pronto como se hacía a los favores de
una fulana, sin pensarlo mucho la montaba en su hermoso carro viejo y se encaminaba al
barrio popular dónde había vivido toda la vida y siempre “le celebraban” sus
innumerables hazañas amorosas.
Apenas
llegaban, Emilio abría las cinco puertas de su auto, ponía todo el volumen a la
radio, mandaba comprar varias cajas de cerveza y muchas botellas de
aguardiente, bebía como el ser más feliz de la tierra; se hacía dar
interminables besos públicos de la infeliz de turno y la presentaba a todos sus
vecinos y amigos que ora por casualidad, ora por gorrearse un aguardiente se
acercaban a su jarana.
Guardiola
era un hombre casado, pero eso parecía no importarle. Elisa, su mujer, toleraba
con sumisión todas las infidelidades y despropósitos de su marido, hecho que
acrecentaba en este su ego varonil.
Como
muchas mujeres latinas golpeadas por la fealdad y la soledad, Elisa se
comportaba como una tonta pretendiendo con ello no ahuyentar de su lado a “un
hombre tan bello y tan especial como Emilio”
Y
Emilio capitalizaba a su favor esa “patente de corso” para revestir su ruin
existencia de un halo tan particular que sin lugar a dudas lo hacía creer, que
todos los que le conocían, le envidiaban.
Y
los había.
Claro
que también despertaba la aversión y el resentimiento de no pocos afectados por
su descarada licencia para jugar con los sentimientos ajenos.
Emilio
no era un jovenzuelo. No. Próximo a cumplir los sesenta años, padre de dos
hijos que lo hicieron abuelo muy joven, Emilio…..todos los jueves, viernes y
sábados de todas las semanas del año…acicalado con presuntuoso esmero…salía en
busca de una aventura.
Siempre
lo lograba.
No
era selectivo, no escogía. La primera mujer que aparecía en su camino y le
devolvía una sonrisa, casi estaba
condenada a subirse a su Studebaker rojo
modelo 52 (El casi es por un par de ocasiones en las que no pudo sacar el
carro)
Emilio
bebía con ahínco y de tanto hacerlo, era inimaginable no encontrarlo un viernes,
un jueves o un sábado luciendo una delirante borrachera y eso sí, acompañado de
su más reciente conquista.
Todas
sus conquistas eran nuevas.
Pero
Emilio tenía muchos problemas. Más que el consumo desaforado de alcohol, más
que la frustración que producía en sus mujeres, más que los efectos de su conducta
disipada, el principal problema de Emilio, lo que lo hacía un ser agresivo y
peligroso era su odio visceral y asesino, su intolerancia hacia todas las
formas de amaneramiento.
Emilio
padecía una homofobia incontrolable.
No
sobra contar que echó a perder la relación con sus dos hijos por no aceptar que
Gonzalo, su hijo mayor, usara un aretico en su oreja izquierda:
-
“Un Guardiola no puede comportarse como
marica. Reniego de ti y de tu prole”
No
hubo más que decir. Gonzalo se apartó de la familia a pesar de Elisa, quien
como siempre, no contradecía las órdenes de su marido. Lo mismo hizo Doris, quién
cansada de la sumisión de su madre y el machismo de su papá, se fugó de la casa
con un mediocre músico de rock que se ponía aretes hasta en las posaderas.
Emilio
era radical en sus posiciones, tanto que se negaba a darle la mano a un amigo o
conocido que se hubiera hecho cortar el pelo en un salón de peluquería atendido
por jóvenes de movimientos cadenciosos.
Emilio
era radical. Emilio era peligroso.
Una
noche, luego del trabajo (Emilio trabajaba en una oficina del estado y era muy conocido
en el ambiente político local por sus frecuentes reversazos ideológicos) salió
a merodear por un centro comercial buscando compañía.
¡Infalible!
Una
joven actriz de la televisión que vio en Emilio la viva estampa de un productor
cinematográfico, un magnate diletante, un director importante, un galán
maduro….Eso vio ella y él no la defraudó.. Le siguió el juego y como siempre
ocurre, la mentira vertida en dosis de dulzura es el mejor narcótico para los sentidos.
La
muchachita, mitad ingenua, mitad Lolita…cayó rendida.
Como
a todas la montó en su carro…!oh, qué romántico que eres!....Como a todas le
puso la mano en la rodilla…¨¡Oh, quieto…¿qué haces?....Como a todas le acarició
los muslos….¡Oh, picarón!
La
muchachita, un poco más atrevida que las demás, sugirió comer antes de y
Emilio, solícito, galán entre los galanes, la llevó a un elegante restaurante
ejecutivo.
Allí
se comportó magnifico. Con un refinamiento que sorprendería a los que lo
conocían del barrio bajo. Le agregó a sus ademanes el encanto de esos monstruos
de celuloide que aprendió en sus tardes juveniles en el cine doble: Bogard,
Gable, Fairbanks….Todos ellos se resumían en el Emilio de esa noche.
En
su almibarada y afectada red de ademanes cayeron todos los concurrentes quienes
no lo perdían de vista.
¡Tanta
sofisticación!
Un aire de sueño sexual se desprendía de la
pareja….y qué decir del personal de servicios del restaurante….y de un joven camarero de rasgos hermosos.
El
muchacho se esmeró en atender a la pareja sirviendo con especial atención a
Emilio. Este advirtió algo pero se contuvo…pero cuando el joven se atrevió a
rozarle el hombro y a guiñarle el ojo……
Emilio
se enfieró y con descomunal violencia
arremetió contra el muchacho. De nada sirvió que algunos comensales intentaran
liberarlo de las manos de Emilio.
Estaba
poseído por un odio superior y no soltaba a su presa.
Al
final el camarero no respiró más. Su cabeza era una rojiza masa gelatinosa que
parecía salir del piso.
Silencio.
-
¡Está muerto!, dijo la actriz de
televisión
y
ese fue el mejor parlamento que había dicho en toda su carrera. Lo repitió para
sí varias veces y corriendo abandonó el restaurante.
Emilio
abrió los ojos y se dio cuenta de la brutalidad de su acto. Sin decir una sola palabra,
sin mirar a nadie, echó a correr, correr, correr…sin rumbo..
Jamás
se supo más de él. Nada. Ni del Studebaker rojo modelo 52
Elisa,
su esposa, murió días después de pena moral e intentando limpiar inútilmente el
nombre de su marido.
Doris
se hizo dirigente de un grupo de diversidad sexual.
Gonzalo
se terminó de perder en el campo de la política.
Santa Marta, marzo de 2008
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